El anuncio de fusión entre las dos entidades arroja muchas incógnitas. Las principales, sobre la viabilidad de una entidad como esta ante una nueva crisis, pero también sobre lo que ocurrirá si el banco más grande del país no aguanta y quiebra.
Se anuncia el esperado matrimonio de conveniencia de las altas esferas financieras españolas. Las palabras de De Guindos dos días antes y las del actual gobernador del Banco de España (BdE), Pablo Hernández de Cos, calentaban nuestros oídos antes de que diera comienzo una balada que ya hemos escuchado antes. “Los bancos deberían empezar un nuevo proceso de fusiones de manera relativamente rápida y urgente”, dijo el actual vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), “hay margen para fusiones”, afirmó De Cos. Y solo dos días después salta la “sorpresa”. La tercera y cuarta entidad financiera por activos envían un comunicado a la CNMV (cada una el suyo, rozando la medianoche y tan solo separados por unos minutos) anunciando que están estudiando la fusión, justo después de que varios medios lo publicaran.
La fusión se vende como un éxito para las dos, aunque muchos medios y poderes políticos ya han empezado a mostrar a Isidro Fainé, presidente de Criteria Caixa, como ese gran héroe que salvará a Bankia y formará un nuevo banco “competitivo en Europa y en el mundo”. Otra vez las mismas melodías escuchadas hace menos de una década. Algunos incluso lo pintarán como el gran empresario que le quita el control al “Gobierno comunista” sobre la entidad. Un control que nunca han puesto en marcha, aunque el Estado sea dueño del 61,8% de Bankia mediante la Autoridad de Resolución Ejecutiva, anteriormente Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB). Según los primeros cálculos, ese accionariado superior al 60% puede acabar suponiendo entre el 12 y el 14% de la nueva entidad. El Estado perderá ese poder que nunca ejerció.
Pero de este nuevo anuncio de fusión saltan muchas dudas. Fusionar dos bancos debilitados no tiene porqué dar como resultado una entidad saneada, al contrario. El mismo De Guindos afirmaba esta semana que la banca española había hecho muchos esfuerzos en la anterior tanda de fusiones, pero que sus rentabilidades siguen siendo muy bajas. Como alertaron varios inspectores del BdE ante la Comisión del Rescate Bancario en el Congreso en referencia a la fusión que dio lugar a Bankia, “si fusionas un banco quebrado con otro 17 veces quebrado, el resultado no puede ser satisfactorio”. Ante esta nueva crisis y con factores como la sentencia del juicio de la salida de Bankia a bolsa, ¿quién puede creer que la entidad ahora esté saneada por completo y que no corre peligros de que esa falta de rentabilidad la lleve a volver a la quiebra?
El maquillaje de CaixaBank
CaixaBank ha dado buenos resultados porque también sabe maquillarse bien. Sus beneficios en los últimos años se han obtenido de plusvalías por ventas de activos y participaciones en otras empresas más que por margen de beneficios del negocio bancario. Es como si, por ejemplo, un fontanero tuviera tres coches y al venderlos alardeara de ganar mucho dinero con la fontanería. Lo que es más grave cuando, además, te estás quedando sin coches para alardear de beneficios el año que viene.
Criteria, la matriz de CaixaBank y dueña de sus participaciones industriales, ganó 1.577 millones de euros en 2018, más del doble que Bankia en el mismo periodo. Una cifra que puede parecer espectacular para un negocio bancario, si no fuera porque no fue el negocio propiamente bancario quien le reportó ese beneficio. Ese margen se consiguió gracias a la venta del 18,4% que tenía en Abertis. La venta de la concesionaria de autopistas le reportó al grupo unos ingresos extraordinarios de 3.354 millones. Lo que nos da una idea de que el negocio bancario no es lo que ofrece beneficios, ni tampoco reparte bonus a sus directivos o los preciados dividendos que el Gobierno pretende obtener de su participación en la nueva entidad resultante de la fusión.
La venta de su histórica participación en Repsol, en la que se anotaron pérdidas al compararla con el precio al que la tenían valorada en sus balances, pero por la que obtuvo unos ingresos de más de 2.000 millones de euros, es otro de esos ingresos extras no bancarios. El descalabro del valor de Naturgy (antigua Gas Natural Fenosa) de la que Criteria Caixa es dueña de un 24,4% deja en mínimos la participación industrial que tantos buenos resultados le han dado para maquillar sus cuentas en los últimos años. ¿Qué le queda a CaixaBank para ser rentable? ¿Qué venta extraordinaria le puede salvar de esta nueva crisis a la que nos enfrentamos?¿La fontanería le da para vivir ahora que apenas le queda una dañada motocicleta para vender?
¿Y quién valora CaixaBank?
En una fusión hay dos partes. Y en esta las dos partes presentan dudas. Bankia puede que haya sido una de las entidades que ha sufrido un mayor escrutinio público en los últimos años, claro. Un juicio sobre su salida a bolsa y la intervención del FROB no te dan tantas oportunidades de maquillaje, aunque también las hay. Esa dificultad para maquillar cuentas también se nota en su capitalización bursátil: Bankia vale tres veces menos que CaixaBank. Pero, ¿cuánto vale CaixaBank más allá de su valor bursátil? ¿Vale lo que dicen sus libros? ¿Quién lo va a comprobar? De esa valoración saldrá el peso de Bankia en la nueva sociedad y saldrá también el peso que tendrá el Estado. Factor que determinará qué cantidad de dividendos podremos ingresar en los próximos años, en caso de que no se venda o Fainé saque la billetera para quitarse al Estado de encima. Recordemos que en Bankia se inyectaron 23.000 millones, de los que se han recuperado unos 3.000. La participación en Bankia por parte del FROB, de ser vendida hoy tras una subida del 32% al cerrar el viernes, apenas cubriría otros 3.000 millones. Deberíamos anotar otros 17.000 millones a la factura del rescate que “no va a costar ni un euro”, según decía el que ahora bendice esta nueva fusión desde su nueva oficina en Frankfurt. Si no determinamos cuánto vale en realidad CaixaBank, se consumará una estafa que lastrará lo poco que se podría recuperar del rescate de Bankia.
También podríamos hablar de la sobrevaloración de CaixaBank. De cómo se hicieron con Barclays a un precio sospechosamente de saldo comparado con lo que decían sus libros que valía. Parece que Fainé fue un lince de los negocios y los accionistas de Barclays unos pardillos. Eso o la entidad está sobrevalorada y se le ha permitido a CaixaBank apuntarse todos los años un supuesto beneficio debido a la diferencia entre lo pagado y lo que dicen en sus libros que vale. Esto último va genial para poder repartir más dividendos (y bonos a tus directivos) y así hacer tus acciones más atractivas y parecer que tu banco vale mucho más de lo que dices.
Si dices que tu banco vale más de lo que realmente vale, en una fusión te toca un porcentaje más alto de lo que te corresponde. Por lo que en una fusión de estas magnitudes se debería hacer una auditoría externa e independiente (y no me refiero a Deloitte), que arroje luz sobre los cajones de CaixaBank y de Bankia. Que sepamos qué entidad y en qué porcentajes va a dar como resultado. La Norma Internacional de Información Financiera 9 (NIIF 9 o IFRS 9, por sus siglas en inglés) no cree en gangas. En caso de que un banco haga una compra como la que realizó CaixaBank, obliga a los bancos a realizar exhaustivos análisis del activo comprado para ver si realmente vale lo que dicen los libros y ha sido una ganga, o si por el contrario el precio en libros está inflado y por lo tanto la entidad debe apuntarse una provisión de pérdida. Además, aunque la realices, la normativa te obliga a repetirla cada año. La entidad de Fainé no ha hecho ni una cosa ni la otra, ningún año. Sigue apuntándose beneficios de esa compra, año tras año.
Los tipos de interés tan bajos y el chorreo continuo de millones por parte del BCE va muy bien para muchos bancos, pero no para todos. Muchos tienen una estructura con muchos más créditos que otros. Bancos que se benefician más de los tipos de interés altos, que sus clientes deudores paguen más intereses por sus préstamos, a que se encuentren en mínimos y por lo tanto paguen poco a sus clientes ahorradores. CaixaBank es de los primeros. El infinito “haré lo que sea necesario” de Mario Draghi y continuado por Christine Lagarde y esta nueva crisis apuntan a una “japonesización de la economía”, o sea que se mantengan los tipos de interés en mínimos durante unos cuantos años más, tal y como ha hecho Japón durante más de 20 años. ¿Aguantará ese gigante resultado de la fusión esa japonesización? Todo apunta a que, sin nuevas ayudas públicas, no lo tenga tan fácil para sobrevivir.
La cuenta que se paga desde lo público
Lo que se nos ha vendido, ya no solo con las ruinosas fusiones frías de las que todavía no hemos recuperado 60.000 millones de euros, sino con la intervención del Banco Popular, es que estas fusiones “no nos van a costar ni un euro”. Pero han existido y existen costes que van a parar directamente a las espaldas del Estado, a las nuestras.
CaixaBank tiene actualmente 35.600 empleados, Bankia unos 16.000. Pero, según los primeros cálculos, la entidad resultante podría eliminar unos 7.500 puestos de trabajo. Otros cálculos hablan de que la cifra podría llegar a los 15.000 empleos. No hace falta explicar que cuando alguien es despedido ocurren dos cosas: el Estado deja de ingresar dinero por sus cotizaciones y esos trabajadores pasan a formar parte de los receptores de subsidio por desempleo. Ingresamos menos, gastamos más. Y no hablamos de una cotización cualquiera. Desde los empleados rasos a los directivos, el sector bancario y seguros tiene sueldos medios superiores a los de cualquier otro sector. En una situación como la actual, permitir que se fusionen dos gigantes y que se despidan a miles de personas para mejorar “la competitividad” de un banco es una indecencia, venderlo como que no nos va a costar nada es simple y llanamente mentira.
Luego habrá que ver las cláusulas del acuerdo. En la anterior crisis nos colaron los Esquemas de Protección de Activos (EPA), esos avales concedidos por el FROB o el Fondo de Garantía de Depósitos (FGD) a los bancos que se quedaban con alguna de las entidades rescatadas para cubrir posibles pérdidas en las carteras de crédito. En resumen, un seguro para los bancos que consiste en que si los bancos ganaban dinero con las entidades que se quedaban por un euro se lo quedaban ellos, pero si perdían lo cubría el Estado. La frase de “socializar pérdidas, privatizar beneficios” con nombre financiero y asegurado en diferido. Todavía existen 13.000 millones de euros de esos avales que cualquier día nos pueden dar un susto.
¿Se tragará CaixaBank a Bankia sin pedir uno de estos avales al Estado? O mejor dicho, ¿aprobará este Gobierno esos avales que seguro que CaixaBank va a exigir? La estrategia de la entidad catalana (o ahora valenciana si nos fijamos en su sede fiscal tras su huída de Cataluña poco después del referéndum) va a ser clara: “Os hacemos un favor”. Al igual que cuando se quedaron con las ruinosas cajas o cuando el Santander se hizo con el Popular, Isidro Fainé se coronará a él mismo y a su banco como el salvador de Bankia. Y ser un “héroe” se debe recompensar, claro.
Too big to be saved
Del too big to fail (demasiado grande para caer), pasamos en esta nueva ronda de fusiones a los too big to be saved (demasiado grandes para ser salvados/rescatados). Los bancos resultantes son cada vez más grandes, los fondos para resolver sus problemas son cada vez más raquíticos. El FROB no ha dejado de ser un agujero constante de dinero para las arcas públicas. A los escasos ingresos que nos reporta anualmente Bankia a modo de dividendo, comparados con lo que inyectamos, hay que restarle el agujero de la SAREB. El Fondo tiene una participación del 45% en el Banco Malo que, haciendo honor a su nombre, lo único que nos reporta son pérdidas millonarias año tras año y la necesidad de que sigamos inyectando dinero público en sus cuentas.
Además, el FROB se ha convertido en un mero apéndice del Mecanismo Único de Resolución (MUR), que actúa mediante su propio fondo, el Fondo Único de Resolución (FUR). El FUR tiene como objetivo captar 55.000 millones, al menos el 1% de los depósitos cubiertos de los Estados miembro que integran el MUR, para finales de 2023. El gigante resultante de la fusión tendrá unos depósitos de 220.000 millones de euros. ¿Alguien puede creer que en caso de hundirse esta nueva entidad se podrán cubrir los depósitos de sus clientes? El gigante demasiado grande para caer se convierte en demasiado grande para ser rescatado. La única solución que queda, si no queremos ver una caída en cadena del sistema financiero, será inyectar, seguir inyectando y volver a inyectar más y más dinero público.
Viejas fórmulas para los mismos resultados. Al igual que tras la entrada de Rajoy en Moncloa, el Gobierno se presenta como mero espectador. El Banco de España, ese que no supo ver el debacle de las cajas, sigue interfiriendo políticamente en favor de la gran banca. Los grandes bancos se frotan las manos. Santander y BBVA no se van a quedar sentados viendo como las antiguas cajas les superan en tamaño y pedirán su caramelito. Hay varios en el escaparate (Sabadell, Unicaja, Liberbank…). Y las autoridades europeas consolidan el mapa que arrancaron en la anterior crisis: la concentración bancaria, el poder en cada vez menos manos. De promover “la sana competencia” que siempre nos han vendido, a forzar la creación de gigantes con pies de barro demasiado grandes para ser rescatados.