Antonio Turiel – The Oil Crash – agosto 2020
Queridos lectores:
Durante las últimas semanas, como reacción a la grave crisis sanitaria que ha planteado la epidemia de CoVid-19 en todo el planeta, se está observando un fenómeno de mucha transcendencia: la emergencia de multitud de teorías de la conspiración, a cuál más disparatada, sobre las «verdaderas pero ocultas razones» de la CoVid. Que se generen múltiples teorías de las conspiración sobre cada hecho cotidiano no tiene nada de particular (en este blog ya habíamos comentado en su día sobre los chemtrails o sobre las energías libres). Lo inusual del caso en que en esta ocasión la dimensión que están tomando estos movimientos conspiranoicos es mucho mayor que los anteriores, y crecen a un ritmo realmente acelerado, hasta el punto que está comenzando a convertirse en un problema de orden público.
Dentro de un tiempo, cuando se asiente la polvareda de estos convulsos años, el estudio de lo que ha pasado (y está por pasar) será apasionante desde el punto de vista sociológico. Por qué, en medio de una crisis sanitaria como no se había visto en nuestras vidas, la reacción de una parte significativa y creciente de la población es una mezcla de escepticismo, desconfianza, rabia e incluso rebeldía. Lo mejor del caso es que todos esos sentimientos son infundados. Entendámonos: no es que no haya razones, así en general, para el escepticismo, la desconfianza, la rabia e incluso la rebeldía; al contrario, debido a lo disfuncional que es esta sociedad las causas para todo ello abundan. Pero no las hay para decir todas las cosas que se dicen sobre la CoVid. Da la impresión de que la pandemia ha hecho que toda esa montaña de sentimientos negativos, amontonados durante años, ha acabado por desbordarse con toda la tensión extra que ha causado la CoVid y se ha derrumbado caóticamente sobre este tema que, de todos, es el que menos tenía que ver con toda la angustia acumulada.
No se puede negar que a finales de 2019 el mundo vivía una situación de calma tensa, anticipando la debacle económica que se venía. Sabíamos que tarde o temprano se iba a producir una recesión fuerte, fruto de muchas contradicciones no resueltas y de problemas que iban in crescendo. En muchas de esas contradicciones había de fondo, como suele pasar, un problema de energía; pero como de costumbre no afloraba: se distraía la cuestión hablando de coches eléctricos, de la transición renovable, de los objetivos de emisiones, del Green New Deal, de la algarada del diésel (y sus consecuencias)… Sin embargo, todo el mundo económico descontaba un «cambio de ciclo» en algún momento entre 2020 y 2021, y la única cosa en cuestión, más que la fecha, era cuál sería su profundidad.
Así que se puede decir que la CoVid-19 llegó en el momento oportuno. Nadie podía prever que pasaría y por supuesto no es una enfermedad creada en un laboratorio, pero también por supuestísimo se ha aprovechado la CoVid para hacer una serie de «ajustes» que se tenían que hacer de todos modos. Digamos que se aprovechó para «soltar lastre» en medio del hundimiento general: algunas grandes empresas se deshicieron de personas y fábricas y le endosaron la culpa no a su mala gestión anterior, sino a la CoVid, que aparecía así como el villano ideal al cual cargarle todas las culpas. No hay nada de excepcional en esta manera de actuar: es la que se usa siempre. Las crisis y los problemas se suceden continuamente, y más en el contexto de un sistema capitalista que cada vez choca con más fuerza contra los límites biofísicos que nos marca el planeta; esa máxima del gran empresariado de «convertir las crisis en oportunidades» significa, en esencia, hacer exactamente esto: aprovechar la debacle general para hacer la purga particular y encima irse de rositas porque la culpa no es de uno, sino del villano del momento (la CoVid, las hipotecas subprime o la deuda soberana, qué más da).
Esa caradura institucional, la misma de siempre, es lo que alimenta todavía más la sensación de que la pandemia de CoVid es una estafa. Sin embargo, lo que es una estafa es cómo se aprovechan de ella los poderosos, no el problema en sí, que continúa siendo real y presente (y quién no se lo crea, que se pase por las plantas de esos hospitales que vuelven a estar saturados). De hecho, a estas alturas los ricos y poderosos ya han hecho su purga, y ahora la CoVid les empieza a molestar, porque ya ha durado más de la cuenta. Porque resulta que la excusa conveniente, el villano ad hoc, no ha hecho mutis por el foro cuando ya no se le requería (como hicieron las hipotecas subprime o las deudas soberanas), sino que sigue molestando y amenaza con quedarse por mucho tiempo. Esto se nos ha ido de las manos. Es por ello que esos caraduras institucionales que mencionábamos más arriba han cambiado de planes. Visto que la vacuna (si es que alguna vez llega) aún se va a demorar bastante tiempo y que no hay tratamiento efectivo, algunos de estos poderosos están alentando la idea de que en realidad no hace falta tomarse tan en serio la CoVid, con la simple idea de que la pandemia no continúe haciendo daño a la economía. En sus frías hojas de Excel, la muerte de entre el 1 y el 5% de la población del planeta es algo asumible, pero lo que no es asumible es mantener la economía al ralentí por más tiempo. Claro que el parón de la economía nos perjudica a todos, pero parece que a quien más tiene más le perjudica (por paradójico que pueda parecer). Por ese motivo, en muchos países occidentales algunos partidos políticos de los considerados sistémicos tienen ahora una actitud tibia con la pandemia, en tanto que partidos más contestatarios y reaccionarios alientan la idea de que se está aprovechando la crisis de la CoVid para recortar libertades y avanzar hacia un estado autoritario (lo cual no deja de ser divertido, porque ese retroceso en las libertades individuales en Occidente lleva décadas dándose, y no es que haya empeorado con la CoVid). Y posiblemente esos mismos ricos y poderosos están financiando campañas de desinformación sobre la CoVid, en la esperanza de que pisemos el acelerador, la pandemia se lleve por delante a quien tenga que llevarse por delante y podamos volver pronto al BAU. Mi tesis es, en suma, que una de las razones por las cuales estos movimientos conspiranoicos acerca de la CoVid han ganado tanto peso es debido a una campaña de agitación y propaganda con fines inconfesables promovida soterradamente por algunos poderes económicos.
Por supuesto, no deja de ser una teoría, pero puestos a postular teorías de la conspiración ésta me parece más verosímil que cualquiera de las alternativas que ahora se promueven. Veamos por qué.
En primer lugar, no ha habido en los países occidentales, por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial, una capacidad real de movilización contra ninguno de los problemas graves, de salud y ambientales, que aquejan a la Humanidad. En los años 60 y 70 los movimientos ambientalistas consiguieron tomar cierto impulso, pero cuando comenzaron a ser una preocupación del poder político fueron neutralizados mediante la banalización, la infiltración y la cooptación; y, si todo lo anterior fallaba, directamente con la criminalización. Miren a su alrededor. No hemos reaccionado apenas a décadas de contaminación de todo el planeta. Ha habido problemas gravísimos de salud causados por la irresponsabilidad del Hombre (el DDT, la talidomida, la acumulación en los huesos del estroncio radioactivo, los efectos del RoundUp en el medio ambiente, etc), por no hablar de grandes desastres ambientales (la tragedia de Bophal, entre otras muchas); pero por no ir más lejos miremos el caso del Cambio Climático. Sabemos de sobra que el incesante incremento de la concentración de CO2 causado por la quema masiva de combustibles fósiles está haciendo aumentar la temperatura media del planeta y está alterando los patrones climáticos, con efectos potencialmente devastadores. ¿Estamos haciendo algo? No, no estamos haciendo nada en absoluto. Decimos que sí, pero es que no. Pasan los años, las décadas, y no hay ninguna mejoría en este aspecto; si acaso, un empeoramiento. Lo que sí que ha habido es toneladas de desinformación y de malas excusas, pero acciones reales y efectivas contra el Cambio Climático, ni una sola: la concentración media de CO2 continúa subiendo, imparable, cada año. Y si con un tema tan crítico no ha habido movilización, ¿cómo se entiende que la haya ahora contra la CoVid, cuando es un tema más cercano y más fácil de verificar que el Cambio Climático?
El tono general de las teorías de la conspiración con respecto a la CoVid se centra en el recorte de las libertades individuales. La CoVid sería una excusa para limitar las libertades de las personas e imponer un nuevo orden mundial o una dictadura comunista o un orden illuminati y reptiliano o qué sé yo. Lo cierto y verdad es que los Gobiernos han sido extremadamente tímidos a la hora de tomar medidas. Por ejemplo en España, dada la gravedad de la situación que se planteó en marzo, con una total escasez de Equipos de Protección Individual (EPI), mascarillas, respiradores, reactivos específicos para las pruebas mediante PCR, etc el Gobierno podía haber intervenido fábricas y empresas y haber forzado que una parte de la producción nacional se dirigiera a cubrir estos bienes tan necesarios y escasos en ese momento. Pero no se atrevieron, precisamente, para no ser tachados de estalinistas, intervencionistas o lo que fuera. Esto es curioso porque hace 40 años se hubiera considerado normal una intervención de ese calibre, dada la gravedad de la situación, y ahora es algo impensable, una aberración. De hecho, si la enfermedad ha seguido un curso peor del que debería (no en España, sino en todos los países) ha sido, precisamente, porque la vigilancia no ha sido tan estricta como debería, y porque no pocos consideran que el problema no va con ellos y en realidad no les pasa nada por saltarse las normas. Vamos, justo lo contrario de una encarnación de la novela «1984» de George Orwell. A la hora de la verdad, acabada la situación de Estado de Alarma en España, la gente está haciendo básicamente lo que quiere, incluso en localidades como en la que yo vivo, donde el ProCiCat aún recomienda no salir de casa si no es necesario dada la fuerza de un brote que comenzó hace dos semanas pero la gente campa por sus respetos como si tal cosa.
Una de las manías más absurdas de los defensores de la teoría conspiratoria de la CoVid es actualmente la oposición a ser vacunado contra esta enfermedad. Esto es bastante divertido, porque se está dando por hecho que vamos a tener una vacuna pronto y que vacunarse será obligatorio. Con respecto a lo primero, no es seguro que lleguemos jamás a tener una vacuna contra la CoVid: hay muchas enfermedades infecciosas para las que nunca se consiguió una vacuna, y la CoVid no es precisamente una enfermedad de las que lo ponen fácil. Por ejemplo, ahora sabemos que dos o tres meses después de haber pasado la enfermedad la mayoría de los pacientes sufren una considerable reducción de anticuerpos, hasta el punto de volverse indetectables en una buena parte de ellos. Bien es cierto que la respuesta inmune a largo plazo no depende tanto de los anticuerpos en la sangre como de la presencia de linfocitos T que «recuerden» la enfermedad; de momento hay pocos tests analizando si han aprendido o no a luchar contra la CoVid, pero dada la mutabilidad del virus es posible que la CoVid sea una de esas enfermedades «difíciles de recordar», como el resfriado común o la gripe. Así que no podemos dar por hecho que vayamos a tener alguna vez una vacuna efectiva, por más que el presidente ruso vacune a su hija con una vacuna de su invención. Y con respecto a la segunda aseveración, es poco probable que la vacunación sea obligatoria para toda la población: como mucho, lo sería para la población de riesgo, la cual, seguramente, sí querría ser vacunada.
Estas obsesiones insensatas sobre la vacuna de la CoVid encajan bien con un movimiento conspiranoico de ya cierto recorrido en nuestra sociedad, el de los antivacunas. Los antivacunas sostienen que las vacunas no son 100% seguras, que sirven para propagar enfermedades y/o para el control mental y/o para rastrear a la población inyectando un microchip (esto último es de relativo nuevo cuño, y empalma con otra de las conspiranoias de nuestro tiempo, el de las redes 5G, a las cuales, por cierto, otro grupúsculo acusa de causar la CoVid – qué importa que prácticamente no haya antenas de 5G en España).
Con respecto a lo primero, es cierto: las vacunas no son 100% seguras. Existe un porcentaje, conocido y documentado, de reacciones adversas graves, que en ocasiones son tan graves que pueden ocasionar la muerte. Eso le pasa a cualquier vacuna. Los porcentajes de reacciones adversas graves pueden ser tan bajos como uno cada 10 millones o tan elevados como 1 entre 100.000. Porcentajes más elevados de reacciones adversas que ésos simplemente no se aceptarían, porque con las vacunas se pretende que haya una relación coste-beneficio positiva: se pretende salvar más vidas que las que se ponen en riesgo. Y continuamente se está experimentando y perfeccionando las vacunas para reducir aún más el porcentaje de reacciones adversas graves, que en la mayoría de las vacunas son ya bajísimos, tan bajos que cuesta ya establecer si hay una reacción de causalidad. Pero la clave de todo está en que, si no se vacunase, moriría mucha más gente. Está la cuestión adicional que la vacunación no es solo una cuestión de salud individual, sino también de salud pública: los que se vacunan hacen de barrera para que la infección no se propague, y eso ayuda a la erradicación de la enfermedad. Por cierto, todos los medicamentos pueden provocar efectos adversos; por ejemplo, si se leen Vds. las reacciones adversas documentadas para el ibuprofeno éste puede (muy raramente) causar alucinaciones, meningitis, fallo cardíaco, ictus y hasta la muerte.
Con respecto a las otras manías de los antivacuna de la CoVid (control mental, rastreo) son completamente estúpidas. Nuestras capacidades tecnológicas no llegan tan lejos; esos planes suenan a película mala de ciencia ficción. Además, ¿para qué recurrir a métodos tan complejos cuando los métodos actuales ya son lo suficientemente eficaces? Por ejemplo, ¿qué sentido tiene meterle a alguien un microchip para rastrearle – microchip que se puede inutilizar, quedar sin batería, ser destruido por el organismo o quedar alojado en un hueso y perder cobertura – cuando todo el mundo lleva encima dócilmente un móvil que le permite a los operadores de telefonía e incluso a los grandes operadores de internet rastrearle? ¿Cuándo instaló Vd. la actualización del Google Play dio a aceptar en una lista de permisos, incluyendo el de los servicios de ubicación? ¿Sabe Vd. que Google usa los micrófonos de los móviles y de los dispositivos Google Home para grabarle sin su permiso? Si hasta La Liga de fútbol española usa una aplicación que usa el micrófono de los móviles para detectar en qué bares se ve fútbol sin pagar el canon (lo siento, en este caso no puedo poner enlace porque sería de un medio español y hace años que no lo hago por estas razones).
Con todo, lo más descorazonador de esta rebelión de chichinabo de los anti-CoVid (a ver cuándo aparece un grupo que decide no creer en las paredes o en la Ley de la Gravedad; sería igualmente absurdo pero al menos más divertido) es que los que participan en ella se creen que son algo así como luchadores por la libertad o libertadores. Nada de eso. Son tontos peones movidos por otro, y en cuanto a su faceta de «luchadores» simplemente habría que verla enfrentada a un movimiento autoritario de verdad. En una sociedad que ha comulgado con auténticas ruedas de molino y que, salvo honrosas excepciones, nunca se ha rebelado (y quien lo ha hecho bien que lo ha pagado), ¿acaso hay quien crea que todos estos «libertadores» aguantarían el tipo delante de una verdadera represión? Todos sabemos, ellos los primeros, que se volverían a su casa con la cabeza gacha y el rabo entre las piernas antes de que les cayera el primer garrotazo.
No va a ser con estas revoluciones de sofá como se va a cambiar a la sociedad. No es rebelándose contra hechos de la Naturaleza como se conseguirá un avance. No es perdiéndose en disputas espurias como llegaremos a algo. A todos ésos más les valdría abandonar esas ínfulas de revolucionario del tres al cuarto y pararse a pensar cuáles son nuestros problemas reales.
Salu2,
AMT