El nuevo gigante se llamará CaixaBank y será esta la que realizará una ampliación de capital para pagar el canje de acciones, pero todavía nos venden esta trama como una fusión y no como lo que realmente es: una absorción a precio de saldo.
Se consumó el plan. Sonó una nueva campana. Esta vez no le toca a Rodrigo Rato hacerla sonar, pero las manos que la tocan huelen a lo mismo. La fusión entre Bankia y CaixaBank se ha hecho realidad en una semana. Igual que nos vendieron que la intervención del Banco Popular y su posterior regalo al Santander se resolvió en una noche, hoy nos venden que la fusión de estos dos gigantes se ha decidido en unos días. Como si la concentración bancaria no fuera una de sus principales metas desde la anterior crisis, como si poner el poder financiero en tan solo una pocas manos no fuera una de sus principales estrategias. Como si las palabras de De Guindos o del gobernador del Banco de España alentando las fusiones dos días antes fueran mera casualidad.
El nuevo gigante se llamará CaixaBank y será esta la que realizará una ampliación de capital para pagar el canje de acciones, pero todavía nos venden esta trama como una fusión y no como lo que realmente es: una absorción a precio de saldo del banco que nos costó 24.000 millones de euros sanear. Como si de un juego capicúa se tratara, la participación pública del 61% en Bankia se convierte en un 16% del nuevo gigante. Goirigolzarri se lleva el premio de ser presidente. La larga mano de De Guindos y el PP seguirá gobernando el sistema bancario, mientras el Gobierno de coalición (y sus millones de votantes) presencian el espectáculo como meros espectadores.
Lo dije en mi primer artículo al comenzar esta locura de la pandemia y lo repito ahora: el virus no es más que una excusa para tapar un sistema ya enfermo. La necesidad de forzar fusiones bancarias son paliativos, pero no van a curar nada. Es más, tienen efectos secundarios muy graves. Los bancos no están saneados, no son lo rentables que los mercados exigen, los capitales no los ven tan atractivos como las acciones de una gran tecnológica o un lingote de oro. Se mantienen en una cama de la UCI enganchados al respirador que les proporciona Papá Estado. Un chorro continuo de medicinas en forma de ayudas públicas, de créditos fiscales, de trampas contables permitidas, de sentencias infames del Supremo a favor de la cuenta de resultados de esos bancos, de millones de euros imprimidos por el Banco Central Europeo para su único disfrute, de medidas contra el covid en las que ellos tienen el único poder. Todo ello mientras otros sectores agonizan, mientras el Ingreso Mínimo Vital no llega, mientras cierran miles de persianas de pequeños comercios, al mismo tiempo que el Gobierno mendiga a Bruselas por un dinero que sigue sin desembolsarse.
Mientras escribo estas líneas me paseo por las cuentas de Twitter de algunas de las principales cuentas de los líderes de Unidas Podemos, sobre todo de aquellos que siempre ponían el grito en el cielo contra el poder financiero, de aquellos que aclamaban una banca pública, de esos que acusaban a los banqueros y sus amigos dentro de las instituciones de acabar con todo lo público para complacer a la industria financiera. Silencio absoluto. Aceptación de la derrota de Iglesias en Carne Cruda, algún tweet que otro de algún dirigente, pero nada. Derrota. Pero además una de esas derrotas que no quieres que se visibilicen mucho y crees que por no hablar de ella va a dejar de existir. El vicepresidente defiende que se hará todo lo posible para recuperar las ayudas que todavía no se han devuelto. Debería explicar en qué plan o estrategias están puestas sus esperanzas para que una participación de 2.000 millones se conviertan en 20.000.
Hemos perdido la mayor de las oportunidades que se nos presentaba en esta legislatura. Y no, no creo que exagere. La oportunidad de que nuestro sistema financiero se parezca un poco más a la de algunos de nuestros vecinos europeos, como Francia o Alemania, donde la banca pública tiene un gran peso. Donde las ayudas de Europa serán gestionadas y canalizadas por entidades públicas o semipúblicas. La oportunidad de volver a tomar las riendas, aunque sea tímidamente, de algo tan importante como el flujo del crédito y el dinero hacia la economía real, no hacia la especulativa o hacia la simple compra de deuda pública tal y como están haciendo los bancos con el dinero que el BCE está inyectando para, supuestamente, hacer que la economía vuelva a fluir. Perdemos la oportunidad de que esta legislatura convirtiera el desfalco del rescate en una inversión a futuro. Y no me refiero a una inversión económica, que también, sino en una social. En una herramienta para agilizar el cobro de prestaciones, de crear un parque de vivienda pública, de financiar esos proyectos verdes y tecnológicos que nos exige Europa sin pagar comisión a la banca, de evitar la exclusión financiera o el sangrado a base de comisiones de aquellos que menos tienen.
Pero no. Había un plan y unos mantras mil veces repetidos. Planes y mantras en los que Pedro Sánchez y Nadia Calviño se sienten muy cómodos. “Fusionar entidades, da como resultado entidades más fuertes”, nos decía en aquel entonces De Guindos y nos repite hoy Calviño. Fuertes para sus accionistas, puede, para devolver las ayudas, nada de nada. “Será mejor para todos”, aún sabiendo que al menos 7.000 personas irán a engordar las listas del paro o que esta concentración dañará esa libre competencia tan defendida en otros escenarios por los que hoy aplauden esta aberración de fusión. Y no es una cuestión de que tengan una memoria tan corta como para no darse cuenta de que las anteriores fusiones solo nos llevaron a una mayor concentración del poder y un agujero enorme para las arcas públicas, es que esa concentración a costa de nuestras espaldas es el plan. Esta crisis ha sido la nueva oportunidad para acometer un nuevo paso. Y no será el último que presenciaremos en los próximos meses.
¿Cuál será la siguiente?
El plan continúa su camino. Los pastelitos más deliciosos son colocados en un lugar visible del escaparate e incluso se les cuelgan carteles de “rebajado”. Ayer mismo la agencia de calificación Fitch rebajaba la nota del Banco Sabadell, otra de las deliciosas presas, a BBB-, un escalón por debajo del grado especulativo. Hoy sus acciones caen un 6%, lo que significa que si el BBVA o Patricia Botín dan el paso de hacerse con ella, pues les saldrá más barata la factura. LiberBank, Unicaja o Bankinter también son buenos caramelitos o puede que se junten entre ellas para no quedarse atrás. Pero va a ocurrir. Y tras ver la pasividad del Gobierno ante la fusión del banco del que eran (éramos) dueños, no creo que nada lo vaya a impedir.
Los problemas vendrán pronto. Veremos qué ocurre cuando la morosidad florezca, cuando los precios de la vivienda vuelvan a caer, cuando se concedan menos hipotecas, cuando las fusiones den como resultado un mercado controlado por unas pocas manos que saben que siempre van a tener una red de seguridad y a los que la única gente que les importa son sus accionistas. Lo que se firma estos días es la perpetuación del rescate bancario. Es darle continuidad al servilismo al sector financiero. Es continuar con un plan que solo beneficia a unos pocos, pero que pagaremos, una vez más, entre muchos.
Yago Álvarez Barba
@EconoCabreado