A la 13a escola d’estiu d’aquest any, un dels temes que tractarem és sobre “Economia de les cures». La xerrada-debat, que serà el dimecres 1 de juliol, estarà a càrrec de Amaia Pérez Orozco que ens ha remès l’article que segueix
Estamos viviendo un momento de fuerte crisis global. El momento de quiebra que estamos viviendo está evidenciando cuestiones clave sobre la perversidad inherente al sistema socioeconómico. Pero el discurso que se va instalando las oculta. La retórica sobre la refundación del capitalismo nos está escamoteando de nuevo un debate urgente. Tenemos que hablar de un modelo de “civilización”. La debacle financiera no es el todo de la crisis; es la eclosión final de un proceso de crisis acumulada. El sistema venía haciendo aguas por múltiples ángulos: crisis ecológica, crisis energética, crisis alimentaria, crisis de cuidados. Y, finalmente, ha colapsado; afrontamos una crisis civilizatoria que atraviesa el conjunto de las estructuras socioeconómicas y surge de nuestras mismas concepciones éticas y morales. Estas múltiples crisis no son resolubles en los márgenes del sistema, porque son inherentes al mismo. Vivimos dando vueltas en la rueda de un hámster.
Éste es un momento especialmente bueno para sacar a la luz las entrañas de un sistema tóxico. Y es también un momento especialmente bueno para constatar las dificultades para hacerle frente. Una vez más, nos movemos ante lo que parece una disyuntiva irresoluble: o planteamos el vuelco del sistema (y aquí nos tienen atrapadas porque, nos dirán, si la rueda deja de girar, nos caemos por el precipicio; si los mercados financieros se hunden, nos hundimos con ellos) o nos conformamos con retoques (hacer la rueda un poquito más cómoda). A este viejo debate, a las feministas se nos unen otros dos: o concentramos las fuerzas en criticar al capital, o nos empecinamos en denunciar al patriarcado; o insistimos en todo lo que nos discrimina frente a los hombres, o nos reconcomemos hablando de las desigualdades entre nosotras. Pero hilar qué tiene que ver la explotación capitalista y la imposición de la lógica de acumulación con la opresión de las mujeres y las distintas posiciones que cada una ocupamos en semejante estructura sigue siendo un resbaladizo terreno que nos queda grande.
Sin pretensiones de clarificar este espinoso asunto, este texto parte de la intuición de que el emparedado en que nos encontramos (entre la revolución y la reforma, el capitalismo y el patriarcado) tiene que ver con la falta de imaginación (¡y de valentía!) para idear propuestas que sean capaces de ofrecer soluciones aquí y ahora, y que a la par nos lleven a minar los fundamentos del sistema. Y que esta falta de imaginación va ligada a la falta de un análisis más sutil del “qué nos está pasando”. Este texto sólo pretende decir alguna cosa que pueda ayudarnos a hilar más fino. Lo hace ahondando en los cuidados y su globalización, materializadas en lo que llamamos cadenas globales de cuidados. Y está escrito desde un cierto lugar en el mundo –el estado español– que limita la capacidad de hablar de otros terrenos.
Cadenas globales de cuidados
Las cadenas globales de cuidados se conforman en torno a las mujeres migrantes que realizan trabajos de cuidados diversos: como empleadas de hogar (1) (atendiendo a menores, personas
ancianas o simplemente gestionando los hogares de quienes prefieren pagar que encargarse por sí mismos/ as); o como contratadas por empresas y (las menos) por el sector público, en servicios de ayuda a domicilio, residencias de ancianos, escuelas infantiles, etc. Estas mujeres, que en el país de destino se encargan de un trabajo imprescindible para que otro hogar salga adelante, migran como estrategia de supervivencia de su propio hogar. Al mismo tiempo, su marcha exige que alguien en el país de origen asuma la responsabilidad de proporcionar los cuidados que ellas ya no pueden ejercer. Las cadenas globales de cuidados son entrelazamientos de hogares que se conforman con el objetivo de garantizar cotidianamente los procesos de sostenibilidad de la vida y a través de las cuales los hogares se transfieren cuidados de unos a otros. Son enlaces de dimensiones transnacionales; por encima de las fronteras, la realidad cotidiana y las aspiraciones vitales de unos hogares dependen de lo que ocurra en otros.
Las cadenas surgen de la hilazón de una crisis de los cuidados en los países del centro y una crisis de reproducción social en los países de la periferia (2) . En los primeros, la quiebra del modelo de reparto de los cuidados basado en la división sexual del trabajo clásica unida a la no asunción de responsabilidades por parte del estado, las empresas y los hombres, hace que cada vez más hogares (más mujeres) recurran a la compra de cuidados (baratos), abriendo así oportunidades laborales a las mujeres migrantes. En los segundos, la crisis de reproducción social obliga a multiplicar las estrategias de supervivencia. En un contexto donde cada vez se precisa más dinero para vivir y, al mismo tiempo, escasean las oportunidades de empleo en condiciones de mínima estabilidad, se buscan nuevas fuentes de ingresos y la migración internacional se perfila de forma creciente como una opción más para salir adelante. En conjunto, las cadenas surgen vinculadas a la imposibilidad de garantizar los procesos vitales con los recursos existentes. Crisis en ambos polos, pero relaciones de hegemonía global que hacen que el desplazamiento se dé en una sola dirección: de la periferia al centro.
Surgen vinculadas también a otro elemento estructural: la división sexual del trabajo que adjudica a las mujeres la responsabilidad prioritaria (si no única) de proporcionar los cuidados y garantizar en última instancia el bienestar del hogar; que considera el trabajo de cuidados como una extensión natural de la capacidad innata de las mujeres para “atender al otro”, negando que cuidar sea un trabajo cualificado o, siquiera, un trabajo; y que deriva en mercados laborales profundamente segmentados por sexo.
Denunciando esta situación, ha surgido un discurso feminista, que podríamos definir como anticapitalista, que enfatiza la “omni-explotación de las mujeres migrantes”, y, más en concreto, de las empleadas de hogar, que implican las cadenas. Se considera que estas mujeres son triples víctimas: de estructuras económicas de desigualdad que drenan recursos hacia los países ricos, de las mujeres occidentales que se emancipan a su costa, y de sus propios esposos que no asumen su cuota de responsabilidad. Las mujeres migrantes están atrapadas y quienes más sufren son ellas mismas y sus hijas/os que se ven privados de sus cuidados. La solución de la crisis de los cuidados en destino pasa por exportarla y los países de origen se ven expoliados de afectos igual que antes fueron robadas sus materias primas o su mano de obra industrial. La liberación de las mujeres en los países ricos se da a costa de trasladar las cargas a otras mujeres. Exportación de la crisis, expolio de afectos, mujeres explotando a mujeres (3).
¿Expolio de afectos? Sí, pero…
En parte, es innegable que la ausencia de las que se van obliga a que otras asuman su trabajo y pone las cosas difíciles porque la capacidad de cuidar en la distancia no es infinita. Pero…
Primer pero: los afectos se pueden reinventar. Cuando hablamos de expolio de afectos corremos el riesgo de solidificar un discurso mercantilista. Los cuidados y el afecto no son como cualquier mercancía o recurso, con un stock limitado que o se pone aquí (los propios hijos) o se pone allá (las hijas de otros). Los conceptos que usamos habitualmente para entender la economía mundial no son suficientes, debemos renovarlos porque sólo así podremos comprender que las formas de cuidar (y de sentirse cuidada) cambian; que las mujeres intentan, con mayor o menor éxito, reinventar las formas de cuidar en la distancia, y despliegan mucha imaginación y energías emocionales para que su ausencia física no implique su desaparición para sus hijas/os en origen (4).
Segundo pero: los cuidados no son sólo amor (5). De hecho, los cuidados tal y como están organizados hoy día están atravesados de relaciones de violencia y chantaje emocional ejercidas, también, por las cuidadoras, a las que hemos de ser valientes para meter mano. Rara vez nos lanzamos a esto, parece que decir cualquier cosa negativa cuando de la experiencia de las mujeres se trata nos hace sospechosas de alta traición. Y, sin embargo, tenemos la oportunidad en bandeja: los reencuentros de las mujeres con sus hijos no siempre son bonitos; a la familia que te contrata puedes idealizarla y odiarla a la vez; tener a tu familia lejos es doloroso y liberador… Podemos aprovechar la experiencia de las mujeres migrantes para complejizar nuestra demasiado simplista y rosada idea de los cuidados. Y, desde luego, en este intento de poco nos sirven conceptos occidentales como la “sentimentalización del niño” o la “maternidad intensiva” como vara universal del “buen cuidado” (6).
Tercer pero: ¿nada como el amor de una madre? Insistir en el expolio puede dar alas a un discurso familista, construido en torno a los efectos desastrosos de la ausencia de las madres. Nuestro feminismo bienintencionado puede, contra todo pronóstico, apoyar el discurso alarmista sobre la desestructuración familiar que culpabiliza a las mujeres por irse, que habla del “amor materno” como una especie de remedio mágico que vuelve irrelevante la ausencia de otros recursos, y que realza la capacidad inigualable/ innata de las mujeres para cuidar y amar… si se quedan donde deben, “con los suyos”. Este discurso familista tampoco es desconocido en los países del centro, donde igualmente resuenan los ecos de los desastres en términos de fracaso escolar, menores abandonados sin más compañía que la televisión, ancianas que mueren solas… todo porque las madres ya no están en casa y la familia no cumple como antes; calamidades que se extreman para los hijos de las migrantes que, horror de los horrores, ¡van solos al colegio!
¿Mujeres explotando a mujeres? Precaución…
En parte, es innegable que las desigualdades de poder entre países marcan diferencias de poder entre las mujeres. Sin embargo, precaución cuando hablamos de la liberación de unas a costa de otras…
Precaución 1: ¿un asunto de mujeres? Las cadenas están, eso sí, protagonizadas por ellas. Pero se construyen sobre muchas ausencias: la de las instituciones públicas que no proporcionan servicios ni prestaciones adecuadas y suficientes; la de las empresas, que en destino exigen trabajadoreschampiñón (aquellos que brotan todos los días cien por cien disponibles, sin necesidades propias de cuidados ni responsabilidad alguna sobre el resto) y en origen imponen sus intereses a costa de desencadenar la crisis misma de reproducción social; la de los hombres que, a pesar de ciertos cambios (a los que, dicho sea de paso, deberíamos prestar mayor atención) (7), no asumen una responsabilidad fuerte y esencial en los cuidados. Ausencias al dar cuidados, presencias al recibir beneficios. Como afirman desde la Asociación de Trabajadoras de Hogar de Bizkaia (8): “si hubiese un metro para medir a quién favorece más, para quiénes trabajan más tiempo las trabajadoras domésticas, sin duda sería para los hombres, para el sistema económico capitalista-patriarcal, etc. No tengo nada en contra de que se denuncie a las mujeres empleadoras explotadoras, pero no pueden ser la diana de la crítica, digo yo”.
Precaución 2: ¿las mujeres crean el problema? El discurso de “mujeres contra mujeres” implícitamente asume que es la búsqueda de una mejor posición social de las autóctonas mediante la inserción laboral lo que crea la crisis de los cuidados. Y esto nos impide, por un lado, afirmar que el problema ya estaba (en la minusvaloración e invisibilidad del trabajo de cuidados, en un sistema injusto de distribución de roles y responsabilidades) y, por otro, prestar atención a la retroalimentación entre diversas caras de la crisis global. Un factor de tremenda (e irreconocida) importancia es el modelo de crecimiento urbano, que dificulta sobremanera el funcionamiento de redes sociales y de la familia extensa; que escinde espacialmente distintas dimensiones de la vida multiplicando el tiempo perdido en desplazamiento y volviendo imposible simultanear actividades; que hace desaparecer el espacio público como lugar de encuentro, donde puedan darse modalidades de cuidados menos intensivas e individualizadas. Si la oficina y la casa estuvieran cerca, las dos horas para comer serían suficientes para comprar en el mercado y preparar el almuerzo; y si el apartamento no estuviera en una avenida de cuatro carriles y tráfico infernal, la niña podría bajar a jugar sin tener que acompañarla. Un modelo de urbanismo que está en el corazón mismo de la crisis energética. Dimensiones que se retroalimentan de una misma crisis civilizatoria, con causas en común que se esconden, porque, eso sí, este modelo de expansión urbana es tremendamente funcional a los intereses del capital financiero.
¿Exportación de la crisis? Nada tan nuevo bajo el sol…
Al hablar sobre las cadenas estamos dando por hecho que en los países del centro ahora tenemos un problema que no teníamos antes: la crisis de los cuidados. Y que lo estamos exportando a un lugar donde tampoco lo tenían. Pero quizá no haya nada tan nuevo bajo el sol…
Nada tan nuevo 1: los problemas de “conciliación de la vida laboral y familiar”. Estas dificultades, que solemos mostrar como síntoma de la crisis de los cuidados, son problemas
que siempre han vivido las mujeres de clase obrera que no podían ajustarse al ideal normativo de ama de casa. Los problemas de doble presencia/ ausencia (9) que viven las mujeres que han de responder a la par al modelo de “mujer profesional” y “madre amantísima” han sido siempre problemas de doble invisibilidad para las obreras, que debían esconder sus responsabilidades familiares en la fábrica y responder como la perfecta casada en el hogar. La “crisis de los cuidados” se visibiliza ahora porque está tocando a un segmento de la población, las mujeres de clase media y clase media-alta, que ha adquirido recientemente voz en el espacio público. Voz que bienvenida sea (como bienluchada ha sido), pero que ha de combinarse con el reconocimiento de que la locura de la doble jornada no es nueva, sino muy, muy vieja. Ni los problemas de conciliación son exclusivos de los países del centro, ¿o es que es sencillo cargar a un niño a la espalda mientras vendes caramelos en el semáforo?
Nada tan nuevo 2: la explotación de las empleadas de hogar. En los países del centro parece que acabamos de descubrir esta forma de explotación. Y, sin embargo, empleo de hogar lo ha habido siempre. De hecho, siempre ha estado vinculado a la migración, primero a la rural-urbana, luego, a la internacional. El empleo de hogar siempre ha sido una cuestión de mujeres pobres, un asunto de desigualdad de clase. Las desigualdades de poder entre mujeres en la asunción de responsabilidades de cuidados no es nueva, y hablar de explotación en el hogar sólo vinculada a la migración tiene dos riesgos: instaurar a las mujeres migrantes como una especie de “sujeto fetiche” y convertir la injusticia propia de las condiciones del empleo de hogar (y de los regímenes especiales que lo regulan) en “un problema de la migración” y no en un problema social ligado a la desigualdad (10).
Nada tan nuevo 3: las mujeres siempre han migrado. El propio fenómeno de las cadenas no es nuevo, porque no lo es la migración (ahora más internacional, antes más interna), siempre marcada por el empleo de hogar (11). Caben así dos preguntas. ¿Las mujeres no habían salido nunca de sus países? La comentada feminización de las migraciones internacionales no consiste tanto en un cambio cuantitativo, sino, sobretodo, cualitativo: ellas son las primeras o, incluso, las únicas, en marcharse, con un proyecto migratorio del que son pioneras o que es, simplemente, suyo. Esto es posible sólo en un contexto en el que ya había habido cambios importantes en la autonomía de las mujeres relacionados con el acceso a la educación, el mercado laboral, derechos civiles, etc. Y, respecto a la (vieja como el hambre) migración del campo a la ciudad dentro de los países: ¿es que esto no impactaba los apaños familiares? Obviamente, los tenía. No se trata de afirmar que la migración no tenga efectos, sino que insistir tanto en ello como si fuera algo insólito en la historia quizá tenga más bien que ver con (y aquí robo las ideas de Paiewonsky, 2008):
“el auge del discurso familista conservador promovido por la Iglesia católica y otros sectores conservadores, que atribuye todos los males sociales al retroceso de la familia nuclear patriarcal… [y con el hecho de] que los salarios de sobrevivencia que históricamente han devengado las trabajadoras domésticas no alteraban las relaciones de poder en la familia ni desafiaban los imaginarios culturales de género en las comunidades. Esto sí ocurre con fuerza en la actualidad en el caso de las migrantes laborales internacionales que envían remesas a sus hogares de origen, a menudo desplazando a los hombres del rol de proveedor principal, y asumiendo niveles de autonomía hasta entonces desconocidos para ellas”.desconocidos para ellas”.
Así, y de forma paradójica, nuestro feminismo bienintencionado que denuncia la exportación de los problemas puede alimentar un discurso familista conservador que surge, de hecho, en respuesta a las transformaciones de las relaciones de género.
Tensiones estructurales al descubierto
Las cadenas globales de cuidados no son la causa en sí de los problemas, sino que, a través de su funcionamiento, visibilizan conflictos preexistentes. Es más, las cadenas surgen vinculadas a ciertos procesos de liberación de las mujeres que hacen emerger tensiones contenidas.
En destino, la negación de las mujeres a asumir la totalidad de la responsabilidad de los cuidados a cambio de nada pone sobre la mesa el conflicto que se ocultaba: cuidar no es plato de gusto cuando la vida no es el objetivo social. La conformación de las cadenas es (en parte) el resultado (paradójico) de la estrategia (parcialmente exitosa) de la emancipación a través del empleo preconizada por el feminismo. Las mujeres asumían la responsabilidad de cuidar la vida de forma gratuita en los hogares, en un contexto en el que la vida no era objetivo social, en un sistema donde generar bienestar no era un proceso socialmente garantizado sino una responsabilidad delegada al terreno de lo invisible y la no-ciudadanía. Era ahí donde se absorbía el conflicto irresoluble entre el capital y la vida (12). La negación de la ciudadanía plena de las cuidadoras era un mecanismo de supervivencia estructural porque aseguraba que se viviera como un conflicto personal lo que era un conflicto social: ¿cómo aceptar una estructura económica movida por una lógica económica pervertida, donde cuidar la vida no es un fin sino, en el mejor de los casos, un medio para acumular capital? La ruptura de las mujeres con ese modelo hace aflorar las tensiones. Esto es lo que no debemos perder de vista: las cadenas surgen como forma de contener las tensiones que ya no podían contenerse en los límites de los estados nación, porque la fórmula de invisibilización del conflicto se había resquebrajado y porque distintas facetas de una crisis civilizatoria están llevando la tensión al límite.
En los países de origen, podemos decir que la marcha de las mujeres no está siendo tanto la causa de la aparición de problemas, sino la respuesta a las serias negaciones de derechos (de educación, de sanidad, de protección social) que ya existían. La migración, más que crear problemas, los evidencia. ¿Cuántos matrimonios se rompen por la separación y cuántas mujeres migran para acabar de una vez con relaciones sentimentales insatisfactorias? ¿Cuánto fracaso escolar se debe a la ausencia de las madres y cuántas mujeres migran para poder pagar el colegio de sus hijos o hermanas? La experiencia de las mujeres migrantes deja al descubierto la imposibilidad de cumplir a la vez con el rol de proveedoras de ingresos y de cuidadoras. Es la máxima expresión del conflicto de la doble presencia/ausencia: ¿cómo responder a las necesidades de cuidado de la vida en una sociedad que nos hace vivir esclavas del salario (porque impone los mercados capitalistas como eje de la estructura económica)? ¿Cómo quedarse, cuidando in situ, y marcharse, consiguiendo un salario suficiente?
Las cadenas sacan a la luz la inextricable conexión de los cuidados con la desigualdad; la falta de responsabilidad social en el cuidado de la vida en origen y destino, porque esa responsabilidad social está puesta en garantizar el proceso de acumulación de capital. Si visibilizamos esto, entonces, podemos preguntarnos si su conformación está implicando una exigencia social de que esto cambie
Los indicios no van por ahí… Más bien, estamos asistiendo a un proceso de privatización intensificada de la reproducción social. Privatización que se produce en un doble sentido. En el sentido históricamente otorgado por el feminismo a lo privado como lo doméstico: la búsqueda de soluciones se continúa gestionando por parte de los hogares (los que precisan contratar servicios de cuidados en destino, los que con las remesas recibidas palian la ausencia de oportunidades de empleo digno). Los cuidados y la gestión de los hogares siguen estando vinculados a la domesticidad. Y privatización también en el sentido de mercantilización: en destino, el parcheo de los problemas de conciliación que pasa por recurrir cada vez más a la compra de cuidados en el mercado. En origen, la recepción de remesas permite comprar en el mercado servicios básicos que el estado no cubre, convirtiéndose en el sustituto mercantil de un sistema público sanitario, de educación y de protección social inexistente o deficiente. Una anciana que ya no pasa el día sola, sino acompañada de “la chica”, la empleada de hogar interna, que, cuando regrese de visita a su ciudad, quizá duerma en una casa nueva y reluciente, en un barrio que sigue sin asfaltar.
Y esta privatización múltiple se da en los márgenes de un redimensionamiento de la división sexual del trabajo: los cuidados y la responsabilidad de garantizar el bienestar del hogar sigue siendo una “cuestión de mujeres”, pero las responsabilidades concretas que se asumen y las condiciones en que se realiza están cada vez más marcadas no sólo por el género, sino por otros ejes de poder y adquieren una proyección global.
A modo de cierre
Las tensiones inherentes a un sistema socioeconómico construido sobre el conflicto capital-vida permanecían contenidas (entre otros mecanismos) por la división sexual del trabajo y la imposición de ciertos modelos de género. Los cuidados eran necesariamente invisibles para que el iceberg económico flotara. Pero ahora las mujeres se mueven a la vez que se profundiza el conflicto capital-vida porque la lógica de acumulación sigue expandiéndose. La forma de contener las tensiones estructurales quiebra, los conflictos salen a la luz y comenzamos a hablar de la crisis de los cuidados y de (intensificación de) la crisis de reproducción social; empezamos a hablar de cadenas globales de cuidados, de relaciones de poder entre nosotras. Seamos listas y hablemos de todo ello sin caer en una culpabilización estéril de las mujeres. Culpabilización directa de las autóctonas que son dibujadas como meras explotadoras. Y culpabilización indirecta de las migrantes (en cuyas defensoras pretendemos erigirnos) al dar alas al discurso familista.
La potencia del discurso sobre las cadenas reside, sobretodo, en poner sobre la mesa la toxicidad de un modelo de desarrollo construido sobre una lógica económica pervertida y sus nexos con la desigualdad entre mujeres y hombres; en su capacidad para visibilizar el conflicto capital-vida y lograr que adquiera legitimidad saltando al terreno de lo público. Muestra un nítido límite de la estrategia de “emancipación a través del empleo”: la mejora socioeconómica de las mujeres en los márgenes del sistema pasa por asimilarse al modelo de trabajador champiñón, de ciudadano autosuficiente y esto, a su vez, exige el redimensionamiento de la división sexual del trabajo.
Y, sin embargo, en tiempos de crisis global, entre el propio feminismo se asienta una visión que podríamos calificar como “feminismo productivista”. Frente a la maldad de los mercados financieros (que, de repente, todas y todos parecemos denunciar), la economía “real” aparece como una tabla de salvación. ¿Dónde queda nuestra insistencia en que esa economía no es tan real, porque sigue sin hablar de la inmensidad de trabajos no remunerados que sostienen el mundo? ¿Dónde queda la denuncia de que, si la perversión económica en los mercados financieros es máxima, en el resto de la economía “productiva” también existe? (13) Estábamos siendo capaces de hablar del callejón sin salida al que nos llevaba la estrategia de emancipación a través del empleo y de que nuestro horizonte político no podía ser el trabajo alienado, vivir esclavas del salario, aunque sabíamos que, aquí y ahora, somos esclavas del salario y un sueldo es imprescindible para vivir… estábamos atreviéndonos a meternos en ese jaleo cuando las cosas se ponen difíciles y nos replegamos a defender con uñas y dientes el trabajo remunerado… para las mujeres (¿para qué mujeres?). Estábamos logrando explicar que la propia existencia del G8 requiere de la división sexual del trabajo cuando nos vemos abogando por la presencia de más rostros femeninos en la foto del G20.
Nuestro feminismo anticapitalista es aún débil, pero seguimos intentándolo, intentado no mimetizar un discurso sobre los cuidados mercantilista (cuidados=mercancía) ni patriarcal (cuidados=amor); intentado no encorsetarnos en el aparataje teórico y reivindicativo que hemos construido desde los países del centro y que tan poco sirve para entender lo que ocurre en otros lugares.
Amaia Pérez Orozco.
Estado español
amaiaorozco@gmail.com
Notas
(1) ¿Cómo llamarlo? No es sencillo. ¿Servicio doméstico? La idea de servicio es peligrosa para denominar este trabajo que siempre ha estado tan permeado por relaciones de servidumbre. El calificativo doméstico es rechazado por algunas profesionales que señalan que hay una connotación muy clasista que pinta a “la doméstica” como “alguien a domesticar”. Así, las integrantes de la Federación Nacional de Trabajadoras del Hogar de Bolivia (FENATRAHOB, ver www.fenatrahob.org) se llamaban a sí mismas trabajadoras del hogar… hasta que vieron la confusión que eso producía entre su figura y las de las amas de casa… que también son trabajadoras del hogar, sin sueldo. Hoy día se autodenominan trabajadoras asalariadas del hogar. En este texto, por acortar, optamos por la expresión “empleo (esto es: trabajo asalariado) de hogar”.
(2) Entrar a debatir sobre la nomenclatura más adecuada para captar el distinto posicionamiento de los países a nivel global excede el alcance de este texto. Se ha optado por la clásica denominación “centro/periferia” porque la idea de que el atraso de unos países se debe al “progreso” de otros es la misma que subyace en el concepto de las cadenas como traslación de problemas desde países hegemónicos. Igualmente, la idea de cadenas estaría sujeta a muchas de las críticas y/o revisiones que se han realizado a las teorías del centro-periferia.
(3) Las cadenas han sido mucho más analizadas para el caso de la migración asiática que para el de la latinoamericana. Como primeras aproximaciones a la idea de cadenas globales de cuidados, pueden verse: Precarias a la deriva (2004), Yeates (2005) o el capítulo 6 de Pérez Orozco et al. (2008). Sobre la crisis de los cuidados en destino, por ejemplo, Carrasco (2001) y Pérez Orozco (2006) o CEM (2008). Sobre el papel del empleo de hogar, León (2007). Buenas recopilaciones de estas temáticas a nivel internacional son: sobre el género y las migraciones, Jolly y Reeves (2005), y género y cuidados, Esplen (2009). Luchas respecto a la situación de las empleadas de hogar migrantes, entre otras: Kalayaan (/www.kalayaan.org.uk/), Respect (http://domesticworkerrights.org/), la campaña “mujeres migrantes, mujeres con derechos” (http://www.mujeresdel sur.org.uy ) y http://trabajadorasdomesticasdelmercosur.blogspot.com
(4) Esta es la otra perspectiva feminista occidental, de corte más académico y elitista, que existe sobre las cadenas. Se trata de un discurso optimista que resalta lo que podríamos definir como la “omnipotencia de las mujeres migrantes”. Este discurso a menudo va unido a la exaltación del rol de las mujeres en los envíos de remesas y a la insistencia en los procesos de empoderamiento que se derivan de la migración. Análisis complejos sobre los efectos ambivalentes de la migración de las mujeres en la organización familiar son, entre otros: Anderson (2006), Herrera (2007) y Paiewonsky (2007 y 2008). También varios textos incluidos en Yépez del Castillo y Herrera (eds.) (2007) y Herrera y Ramírez (eds.) (2008).
(5) Quizá quien rompa más directamente con esta mitificación sea Izquierdo (2003), quien también ha trabajado sobre cadenas globales de cuidados desde el Grupo de Estudios sobre Sentimientos, Emociones y Sociedad (ver GESES, 2008).
(6) El análisis de los cuidados se ha realizado en su gran mayoría en los países del centro y los conceptos están desarrollados para entender esas experiencias, por lo que son de dudosa aplicabilidad para otros lugares. Desde la distinción entre trabajo doméstico, de cuidados y de autoconsumo, hasta la propia diferencia entre trabajo remunerado y no remunerado en un contexto de “economía de retales”, en el que los hogares subsisten porque cada quien aporta lo que puede (dineros, información, tiempo, mano de obra, saberes…). Menos aplicables aún son las reivindicaciones políticas: ¿cómo pedir permiso de maternidad cuando la inmensa mayoría de las mujeres no tienen un empleo formal, y cuando quizá la principal reivindicación para disminuir la carga de trabajo doméstico sea el acceso a agua potable, alcantarillado o electricidad? Hay intentos de analizar la provisión de cuidados adaptando las herramientas conceptuales y metodológicas, entre ellos Salvador (2007) y Razavi (2007), así como todo el proyecto “Economía política y social del cuidado” en el que este último se enmarca (www.unrisd.org).
(7) ¿No hay cadenas de cuidados protagonizadas por hombres? ¿No hablar de ellas es una forma de seguir naturalizando la imagen de las mujeres como cuidadoras? Es cierto que cada vez hay más hombres migrantes que realizan trabajo de cuidados remunerados, sobretodo, atendiendo a ancianos. Pero, en general, su marcha no tienen un impacto importante en la organización familiar, porque no solían ser ellos quienes se encargaban de los cuidados antes de migrar. También hay casos de hombres que se que dan formalmente como “responsables del hogar” en origen cuando una mujer se marcha (sobretodo, padres con hijos), pero suelen echar mano de una amplia red de mujeres que apoyan o asumen el grueso del cuidado. En todo caso, sería conveniente prestar mayor atención a la redefinición de las masculinidades y las paternidades que conlleva la migración.
(8) Isabel Otxoa, miembro de ATH-ELE, en comunicación personal. Para consultar la situación del empleo de hogar y las luchas al respecto desde esta organización, ver: www.ath-ele.com
(9) Con este concepto queremos captar la imposibilidad de responder por completo a las exigencias simultáneas y contradictorias de dos espacios movidos por lógicas antagónicas: el empleo y los cuidados no remunerados. Añade un plus de complejidad a la idea de doble jornada
(10) Sobre la situación del empleo de hogar y sus nexos con la migración, entre otros: para el caso español Colectivo IOÉ (2001), Plá Julián et al (2004) y Mestre (2006); para América Latina y Caribe, Kösters (2008). Un contundente análisis de la regulación discriminatoria del empleo de hogar, para MERCOSUR, es Pereira y Valiente (2007). A diferencia del caso latinoamericano y español, en el asiático el problema no es que haya una regulación discriminatoria e incumplida, sino que no hay regulación.
(11) Sobre la migración internacional de las mujeres de América Latina y Caribe es una buena síntesis Martínez Pizarro (2003). En este enlace de la CELADE http://www.eclac.cl/celade/default.asp están disponibles multitud de datos.
(12) La lógica de acumulación que recibe primacía no tiene como objetivo generar bienestar, sino que, en el mejor de los casos, genera bienestar como medio para lograr su fin propio de obtención de beneficios. Garantizar el proceso de acumulación supone que no existe responsabilidad pública y colectiva en garantizar las necesidades vitales, en general, y en su concreción cotidiana (es decir, en los cuidados), en particular. Por eso decimos que las economías capitalistas tienen la forma de un iceberg: no es sólo que haya una inmensa cantidad de actividad económica que no se ve, sino que su invisibilidad es condición de supervivencia del sistema, porque garantiza que el conflicto “desaparezca” y pierda legitimidad social al no verse. La invisibilidad ha estado históricamente garantizada al delegar la responsabilidad del cuidado al ámbito de lo privado doméstico, al trabajo gratuito de las mujeres, a quienes se ha desprovisto de voz pública.
(13) En los mercados financieros se invierte capital para, pura y simplemente, crear capital (K-K’), mientras que en la economía “real” se invierte capital para producir mercancías cuya venta permita obtener un capital mayor a lo invertido (K-M-K’). En ambos casos, una lógica de acumulación (K’ es siempre mayor que K) que impone la necesidad de crecimiento y creación de dinero constantes, al margen del bienestar que ese proceso genere (o destruya).