El sector industrial es el segundo consumidor de energía, solo por detrás del de transporte. La transición ecosocial debe pasar obligatoriamente por la transformación de este sector de la economía.
En este texto, por industria se entiende la fabricación colectiva a gran escala de bienes, en plantas bien organizadas, con un alto grado de automatización y especialización. Es decir, el modelo que se empieza a desplegar en la Revolución industrial y que es, hasta que se demuestre lo contrario, dependiente de combustibles fósiles y de minerales. Por transición ecosocial se entiende una de corte decrecentista.
¿Cómo es el sector industrial español?
Según el INE, El 82,3% de la facturación del sector industrial español en 2020 correspondió a la industria manufacturera. También es donde se concentró el grueso del empleo: el 89,2% del total del sector. A continuación, en facturación, se situaron el suministro de energía eléctrica, gas, vapor y aire acondicionado (13,4%), el suministro de agua, actividades de saneamiento, gestión de residuos y descontaminación (3,8%) y las industrias extractivas (0,6%).
Las ramas de actividad con mayor contribución a la facturación industrial fueron la industria de la alimentación (18,1% del total), producción, transporte y distribución de energía eléctrica (11,1%) y la fabricación de vehículos de motor, remolques y semirremolques (10,7%), seguidas de la industria química (6,4%), fabricación de productos metálicos excepto maquinaria de equipo (5,8%), y coquerías y refino de petróleo (5,6%).
En términos de empleo, también son las más importantes, sobre todo la alimentación (17,5% del empleo del sector) y la fabricación de productos metálicos, excepto maquinaria y equipo (11,0%). Las empresas con menos de 50 personas trabajadoras aglutinaron al 37,9% del personal del sector, pero su facturación representó el 19,8% del total. En cambio, las empresas con 250 o más personas, el 0,6% del total, emplearon al 40,1% del personal y facturaron el 59,8% de la cifra de negocios del sector. Es decir, que el modelo se sostiene por un número relativamente pequeño de grandes empresas.
El sector industrial es el segundo consumidor de energía, solo por detrás del de transporte. Las ramas de actividad en las que el consumo energético es mayor fueron la industria de la alimentación (16,3% del total del sector), la metalurgia de hierro (14,9%, con fuertes consumos energéticos, mucho mayores que su cifra de negocio), la industria química (14,1%, con un consumo energético notablemente más importante que su peso económico), la fabricación de productos minerales no metálicos (fundamentalmente para la construcción) (12,6%) y coquerías y refino de petróleo (7,5%, con un consumo más alto que su peso económico y muchísimo mayor que su peso en empleos).
Siguiendo otro informe del INE, en términos generales, el sector no ha variado las fuentes y vectores energéticos que utiliza al menos desde 2009, basándose en la electricidad (56,7% en 2019) y el gas (30,0%). Pero dentro del sector hay importantes diferencias. Mientras las ramas de la industria maderera, corchera, cestera y espartera excepto muebles, las artes gráficas y de reproducción de soportes grabados, la fabricación de productos informáticos, electrónicos y ópticos, la fabricación de material y equipo electrónico, y la fabricación de productos de caucho y plástico tienen un uso de electricidad y energías renovables relativamente alto, en otras ramas, especialmente en la industria química y petroquímica, y la fabricación de productos minerales no metálicos, ocurre lo contrario.
Si analizamos el balance comercial de las distintas ramas de actividad siguiendo los datos de la Secretaría de Estado Comercio, descubrimos que varias de las que son importantes para la vida tienen un saldo comercial negativo en términos físicos: industria de la alimentación, industria textil, confección de prendas de vestir, fabricación de muebles, industria del papel, otras industrias manufactureras y fabricación de productos farmacéuticos.
En términos generales, el 33,1% de las ventas de las empresas del sector industrial en 2020 se realizó fuera del Estado español. Las ramas de actividad con mayor porcentaje de ventas internacionales fueron la fabricación de otro material de transporte (70,6%), la fabricación de vehículos de motor, remolques y semirremolques (68,8%) y la fabricación de productos farmacéuticos (54,8%). En consonancia, el Estado español es el octavo productor automovilístico del mundo y el segundo de la UE. Nueve de cada diez coches manufacturados en territorio español se exportan, según informa MINCOTUR.
¿Qué no puede funcionar en la reconversión industrial?
Hay dos paradigmas que recorren los imaginarios de las transformaciones industriales: el de la circularidad en el plano material y el de las renovables en el energético. Cualquier transformación del sector pasa inevitablemente por ambos, pero en realidad apostar por ellos implica cambios sistémicos.
La economía circular. Un paso previo o complementario a la economía circular es sustituir los elementos menos abundantes y/o más difíciles de reciclar por otros con iguales prestaciones que pudiesen ser reutilizados indefinidamente. Esto es probablemente un obstáculo irresoluble dentro del sistema actual. Valga como muestra el caso de un smartphone promedio, que contiene 50 metales diferentes, incluyendo prácticamente todas las tierras raras existentes. No resulta realista pensar que se van a encontrar sustitutos con las mismas propiedades fisico-químicas de todos aquellos que den síntomas de agotamiento.
El reciclaje en sí mismo también tiene limitaciones. Por un lado, las asociadas a dificultades técnicas y, por otro, a la ausencia de un diseño de los aparatos orientado a la recuperación de los materiales que contienen. Por ello, las tasas de recuperación son muy bajas. Pero, aunque se consiguiese el reciclaje total, del 100%, algo que es imposible termodinámicamente, como lo que se pretende es sostener la expansión, esto implicaría una tasa de extracción minera casi igual a la actual.
Más allá de estos factores, existe una incompatibilidad profunda entre la idea de una economía circular y el funcionamiento del capitalismo. Si se observan los flujos materiales de la economía española, descubrimos que hay tres rubros que no es posible reciclar. El primero es lo que se emite (como el CO2), que es imposible convertirlo en nuevos combustibles fósiles sin el transcurso de millones de años. El segundo es lo que se dispersa (como el fósforo añadido a los suelos proveniente de la industria de los fertilizantes), que tampoco es posible de reutilizar, pues termodinámicamente no se puede “recolectar”. Finalmente, está lo que se acumula (mayoritariamente en forma de infraestructuras). El capitalismo requiere de la perpetuación de esta acumulación, pues es un mecanismo básico de reproducción del capital, ya sea en forma de fábricas o en forma de lo producido por esas fábricas. De este modo, en el mejor de los casos se podría reciclar lo desechado (y en algunos productos, ni eso). En conclusión, aunque el porcentaje de los flujos materiales que se reciclan podría aumentar ciertamente, y es deseable que así ocurra, una transformación sustancial del metabolismo que lo saque de la linealidad y lo acerque lo más posible a la circularidad implicaría dejar atrás el capitalismo y organizar los sistemas económicos en otros términos.
Y no solo el capitalismo, sino también el metabolismo industrial. La gestión de los residuos industriales es especialmente significativa en este sentido, pues muestra que a lo que se puede aspirar en un escenario de máximos es a una gestión lo menos mala posible.
Las energías renovables. El problema para el capitalismo industrial es que las propiedades de las energías solares (hidroeléctrica, eólica, biomasa y radiación solar), a las que podríamos sumar la geotérmica y la maremotriz, son casi antagónicas a las de las fósiles por tres razones.
Por un lado, hay que considerar la naturaleza muy dispersa de la enorme cantidad de energía solar que incide sobre la superficie terrestre. De lo anterior se deduce que las energías solares tienen en general una baja tasa de retorno energético (el cociente entre la energía conseguida y la invertida en conseguirla), pues hay que invertir una cantidad considerable de energía en concentrar la radiación solar en sus distintas formas. De igual modo, esta característica implica también que este tipo de energía depende de un uso del territorio, de las funciones ecosistémicas, muy intenso para conseguir producir una cantidad apreciable de energía.
Solo habría una excepción a esto: las centrales hidráulicas. En éstas es la naturaleza, a través de la orografía, la que hace el trabajo de concentrar la energía. No existe nada equivalente a las cuencas hidrográficas para el caso de la radiación solar o de los vientos. En todo caso, la energía hidráulica solo es capaz de producir cantidades de energía equiparables a las energías fósiles si se captura mediante centrales de gran tamaño, cuyos emplazamientos son limitados y tienen impactos importantes.
La segunda propiedad de las energías solares poco compatible con el funcionamiento del capitalismo industrial es que funcionan como flujos, no como stock. Esto implica que son difícilmente almacenables, como en cambio sí lo son las energías fósiles. Además, estos flujos son irregulares, siguen ritmos circadianos, estacionales y, lo que es peor aún para el capitalismo, estocásticos. Como consecuencia de lo anterior, la capacidad de carga (el cociente entre la energía real generada por la central durante un período y la energía que habría generado si hubiera trabajado a pleno rendimiento) de las energías solares es baja y es necesario instalar muchas centrales de captación en lugares diferentes para que cuando unas no produzcan, lo hagan otras y con ello compensen las diferentes variaciones. También obliga a recurrir a baterías de almacenamiento, que tienen unos costes energéticos, materiales y económicos muy altos. La biomasa y las centrales hidráulicas (que hacen uso de embalses) son una excepción parcial a lo anterior, pues pueden funcionar como stock, pero siempre en cantidades notablemente menores que los fósiles.
La tercera propiedad limitante de las energías renovables para la dinámica capitalista es que, incluso en un escenario de máximos, serían únicamente capaces de proporcionar menos de la mitad de la energía que las fuentes fósiles nos ofrecen en la actualidad. Aunque sobre esto existe discrepancia científica, es más sensato atenerse, según el principio de precaución, a estos datos más restrictivos.
A estos problemas estructurales de las energías renovables se suman otros técnicos. Para aprovechar las energías renovables, usamos aparatos de alta tecnología que convierten en electricidad distintos formatos de energía solar. Estas tecnologías se enfrentan a límites cruciales para poder sustituir a los combustibles fósiles. Por un lado, la electricidad supuso en 2019 el 23,5% de la energía consumida en el Estado español. El restante no está electrificado. Y la cuestión no es solo que no lo esté, sino que es muy difícil que lo llegue a estar. Esto es evidente para el sector petroquímico y el transporte, cruciales para un modelo industrial basado en el extractivismo y en las cadenas globales de valor. Pero incluso en lo que se puede electrificar las demandas serían muy altas, multiplicando con ello los impactos. Por ejemplo, descarbonizar la industria siderúrgica europea con los vigentes niveles de producción aumentaría cuatro veces su consumo de electricidad.
Un segundo problema de índole técnica es que lo que llamamos “energías renovables”, no son realmente renovables. Para la construcción de los muros de las presas, de los aerogeneradores o de los paneles solares se usan combustibles fósiles. Desde esa perspectiva, se podría afirmar que las renovables hipertecnológicas son una extensión de las energías fósiles. Es más, incluso en la producción de electricidad dependen de la existencia de centrales térmicas que permitan sostener la estabilidad de la red.
Además, las altas prestaciones de las renovables hipertecnológicas dependen de elementos en muchos casos escasos sobre la corteza terrestre que probablemente no estén disponibles en las cantidades que el mantenimiento del capitalismo exige. Sería el caso del teluro, indio, estaño, plata, galio o litio. Por otro lado, su tiempo de vida es relativamente corto, de 25-40 años en el caso de la eólica y la solar, y algo más de la hidráulica. Esto hace que sean una alternativa pobre pues, cuando se vayan estropeando, la disponibilidad de fósiles y minerales habrá disminuido de manera considerable, haciendo inviable su reinstalación más que en un porcentaje pequeño.
Además, hay que atender a los lugares en los que se extraen esos elementos. El desarrollo de la renovables hipertecnológicas está atravesado por la colonialidad, ya que una parte determinante de los recursos que requieren están en territorios distintos de dónde se despliegan y, como no hay recursos para un despliegue a máximos para todo el mundo, no solo se dejan los impactos ecológicos y sociales en estas regiones de sacrificio, sino que se impide su utilización por esas poblaciones.
Por último, un fuerte despliegue de las renovables hipertecnológicas supone un aumento a corto plazo de las emisiones, como no puede ser de otra manera considerando que implican un masivo despliegue industrial. Esto es inasumible, porque Naciones Unidas ha marcado como imprescindible una senda de reducción de las emisiones del 7,6% al año desde ya.
La misma rapidez con la que tendríamos que atajar la emergencia climática la necesitamos para hacer frente a otra emergencia igual de crucial: la de la pérdida de biodiversidad. Ya existe un conflicto entre el despliegue de renovables hipertecnológicas y la conservación del entorno si atendemos, por ejemplo, a los requisitos de extracción de materiales que éstas requieren.
¿Qué medidas serían necesarias desde una mirada ecosocial?
La transformación del sector industrial debe avanzar hacia la diversificación (qué se produce), relocalización (dónde se produce y consume), reducción (cuánto se produce) y uso de materiales y energías renovables integrándose en los funcionamientos ecosistémicos (cómo se produce).
El primer aspecto a destacar es que el conjunto del sector, incluyendo el potencialmente sostenible, se articula dentro de las cadenas de valor globales, lo que le hace muy frágil ante los escenarios que se están desplegando. El tipo de capitalismo global al que estos sectores manufactureros están acoplados requiere para su buen funcionamiento de un flujo constante y abundante de energía (fósil) y materias primas (no renovables). No obstante, dicho flujo está poniéndose en cuestión por razones biofísicas y geopolíticas hasta el punto de que han comenzado a suceder cierres o paralizaciones de industrias por falta de ciertos materiales, ruptura de cadenas de suministros o encarecimiento del acceso a la energía. Cualquiera de estas eventualidades resulta mortífera, ya que cortocircuita la clara vocación internacional de estas ramas de actividad.
De este modo, una primera dimensión insoslayable de la reconversión es hacia la construcción de autonomía económica en un periodo corto. Las manufacturas tienen que pasar a ser producidas para la satisfacción de las necesidades de los seres humanos que viven en el territorio sin, a la vez, comprometer la integridad y diversidad de la trama de la vida local y global.
También de manera generalizada, el sector manufacturero utiliza herramientas con contenido tecnológico elevado y dependiente de energías y materiales no renovables. Por ello es necesaria una transición desde tecnologías complejas hacia técnicas humildes desacopladas del metabolismo fósil, de menor escala, sencillas y, por ende, menos impactantes. Si la base energética en la que se debe sustentar una nueva economía es la de las energías renovables realmente renovables emancipadoras, el corazón técnico de las nuevas manufacturas deberían ser los molinos de energía mecánica, las pequeñas fundiciones de hierro, los talleres textiles, las industrias alimentarias, etc. Es decir, técnicas que puedan funcionar a partir de la energía solar y de materiales que se encuentren más cerca en cantidades abundantes, con fácil purificación cuando sea necesario y reciclables. Un corolario es que puede haber un desarrollo de la electrificación del sector, pero como algo secundario y moderado. Por ejemplo, cuando sea necesario calentar a baja o media temperatura (200-400°C), como sucede en la mayoría de procesos de la industria manufacturera (el 70% de los procesos industriales que requieren calor son a 100-200°C) se pueden realizar mediante solar térmica.
Estas reflexiones no solo se aplicarían a las herramientas con las que se fabrican objetos, sino también a qué se fabrica. Es necesario un diseño técnico que prime la durabilidad, reparabilidad y, en último caso, la reciclabilidad de los instrumentos y herramientas.
Todo esto implica un giro del sector industrial hacia la fabricación artesanal, más intensiva en trabajo humano, menos demandante de energía, menos productiva y más proclive al desarrollo de proyectos autogestionados que no requieran de una fuerte inversión de capital inicial o de grandes expropiaciones, abriendo la puerta a empresas autogestionadas por quienes trabajan en ellas.
Dicho de otro modo, la transición desde un metabolismo industrial (basado en la extracción minera de minerales y combustibles fósiles), hacia un metabolismo agrícola (basado en la producción de biomasa, lo que no quita que pueda haber algo de extracción). Esta transición no es una opción, como lo pudo ser en el siglo XX, sino que va a ir produciéndose conforme los límites ambientales vayan haciendo más inviable el modelo basado en los consumos de materiales y energías no renovables, y la crisis climática y ecosistémica imposibiliten el funcionamiento de un metabolismo global y urbano. Lo que sí es una opción es adelantarnos a los choques más traumáticos y con ello primar la protección de las personas y de los ecosistemas.
Dentro de la industria, podemos diferenciar dos grandes bloques: aquellos sectores que podrían llegar a encajar, tras un proceso de reconversión, en una economía ecosocial y aquellos que deberían reducirse necesariamente.
Antes de entrar en una discusión diferenciada en esos dos grandes sectores, es conveniente lanzar una reflexión general. Podemos tener la tentación de analizar las ramas industriales y elegir aquellas que consideramos útiles para satisfacer necesidades humanas, desechando las que no lo son, como si esta selección fuese realmente posible. Por ejemplo, podemos querer conservar la industria farmacéutica, pero tal y cómo existe está inserta en un entramado dependiente del transporte a largas distancias, de procesos de fabricación muy complejos que requieren de la industria siderúrgica y química, o de maquinaria muy automatizada que usa aparatos tan complicados y dependientes de un metabolismo industrial altamente sofisticado, como los chips.
Es decir, no es fácil quedarse con “lo bueno” y descargar “lo malo”, pues en un metabolismo industrial todo está interrelacionado. Esto no quiere decir que no sea posible una reducción diferenciada de ciertas ramas (por ejemplo, la industria militar puede reducirse sin afecciones importantes sobre el resto), sino que hay algunas estratégicas (como la del transporte, la siderurgia o el cemento), cuya reducción implica la reducción del resto y, además, su reconversión hacia un formato no industrial.
Sectores potencialmente sostenibles. Entre los sectores potencialmente sostenibles, destaca la principal actividad del sector manufacturero español: la alimentación. Requiere una importante reconversión, pues su carácter industrial es marcado. Un indicador es su importante dependencia de fuentes energéticas no renovables. Por ejemplo, habría que replantear los mecanismos de secado, entre otros muchos. Pero, más allá de eso, es un sector netamente importador, lo que plantea un potencial crecimiento para satisfacer aportes alimentarios saludables.
La reconversión necesaria de la industria textil puede resultar ilustrativa para otras ramas. En primer lugar, desde principios de la década de 2000, la producción de ropa a nivel global se ha duplicado empujada por una reducción en el número de veces que se utilizan las prendas: algunas se desechan tras solo 7-8 usos. Esto arroja una primera conclusión importante: el sector textil está totalmente sobredimensionado por lo que, aunque el Estado español es un importador neto, es improbable que necesite incrementar su capacidad de producción para satisfacer la demanda interna con criterios de justicia y sostenibilidad.
Pero la cuestión no es solo esa. Según CMF, las fibras sintéticas, entre las que destaca claramente el poliéster (85% del total de fibras sintéticas en 2030 si se siguen las tendencias actuales), representan el 69% de todos los materiales utilizados en la industria textil, y se espera que alcance el 73% en 2030. A nivel global, la producción de estas fibras ya requiere más petróleo que el consumo anual del Estado español. En el caso de Zara, el 64% de las prendas que comercializa contienen algún tipo de fibra sintética y, en estas prendas, el 45% de sus fibras es de este origen.
Ante esto, están creciendo, aunque mucho menos, algunas fibras obtenidas a partir de productos vegetales. Entre ellas destaca la viscosa, que Inditex usa con profusión, que se obtiene de la celulosa. Sin embargo, la mayor parte de la viscosa que se comercializa hoy se consigue tras un proceso químico altamente contaminante. Por lo tanto, la reconversión no pasa únicamente por abandonar las materias primas fósiles, sino por usar materias primas naturales con métodos no contaminantes.
Otra opción sobre la mesa es el reciclaje del poliéster, pero las tasas de reciclado, en lugar de subir, bajan: mientras el poliéster reciclado usado para fabricar ropa en 2019 era el 14%, las tendencias actuales lo sitúan en un 7,9% en 2030. En términos generales, menos del 1% de la ropa se recicla para fabricar nueva ropa.
Estos impactos ecológicos tienen asociados impactos sociales en forma de pésimas condiciones laborales y degradación de las condiciones de vida. Nuevamente, Inditex destaca.
Este pequeño desarrollo para el sector textil tendría que aplicarse a otros, como la fabricación de muebles. En él también son importantes las materias primas usadas: aunque se podrían utilizar materiales naturales, como la madera maciza, esto solo sucede en un porcentaje minoritario, habiendo sido sustituida por diferentes materiales que requieren productos contaminantes. Este cambio de materiales tiene que venir acompañado de una apuesta por la durabilidad y la reparabilidad, pues la cantidad de madera disponible salvaguardando los equilibrios ecosistémicos es reducida. Otros elementos importantes a considerar son que el uso de energías potencialmente renovables en esta rama es alto y que el Estado español tiene un déficit comercial. Por todo ello, en este caso la tendencia sería hacia una reconversión para la utilización fundamentalmente de madera que vaya sustituyendo el mobiliario que no pueda repararse. Un crecimiento de esta rama de actividad posiblemente sea posible para satisfacer esa finalidad.
La fabricación de medicamentos es más complicada. En primer lugar, hay una fuerte exportación, pero también hay importación. Muchos de los productos importados son distintos de los exportados y no sirven para los mismos fines médicos. Por ello, sería necesaria una diversificación en la industria farmacéutica que permita avanzar hacia una soberanía en este campo. Pero la dificultad es más estructural y tiene que ver con la dependencia de la actual industria farmacéutica del conjunto del metabolismo industrial, como se indicaba anteriormente.
Por ello, más allá de mantener todo lo que se pueda mantener, sería razonable una reducción en la necesidad de usar medicamentos. Para ello, es necesaria una transformación del sistema sanitario que ponga en primer plano la prevención. Del mismo modo, transformaciones de muchas condiciones ecosociales (laborales, ecológicas, etc.) redundarían en un descenso del uso de medicación crónica como los ansiolíticos o los tratamientos de las enfermedades no transmisibles (diabetes, cáncer, asma, obesidad. etc.). La tendencia debería ser hacia la autosuficiencia médica dentro de una apuesta general por la salud comunitaria, sin renunciar a la pública.
Un último ejemplo de actividades industriales que son necesarias y factibles es la industria maderera, corchera, cestera y espartera, que además ya tiene cifras de uso de energías potencialmente renovables relativamente altos. Su capacidad exportadora neta es una buena noticia, pues permite pensar que podría abastecer de forma importante la demanda interna de otras ramas reconvertidas en un escenario de decrecimiento.
Sectores intrínsecamente insostenibles. Muchas de las actividades de la industria manufacturera deberían reducir su dimensión en un horizonte de Decrecimiento. En algunos casos, de forma muy importante. No son asumibles sus impactos socioecológicos pero, además, tampoco es probable que se vayan a poder mantener en el volumen actual en el medio plazo en el contexto de colapso en el que estamos, ni que se puedan reconvertir de manera apreciable.
Entre ellas se encuentran las ramas de actividad que concentran, después de la alimentación, una mayor cifra de negocios y de empleo. También actividades muy importantes para sostener la balanza comercial española, como el refinado de petróleo, la industria química y la fabricación de vehículos de motor. En todos los casos, industrias claramente sobredimensionadas para cubrir el ya insostenible consumo interno de sus productos, como muestra un saldo exportador neto positivo. Esto plantea un impacto no menor, tanto económico como laboral.
Un ejemplo es el de la industria del automóvil y su posible reconversión hacia la fabricación de trenes, que podrían ser los vertebradores del transporte por tierra, y barcos, que deberían sufrir una importante reconversión para moverse crecientemente a vela. En la medida que el Estado español ya exporta trenes (y gran cantidad de vehículos de motor) y que harían falta muchos menos trenes que coches, no existe un margen de absorción muy grande.
Que estos sectores se contraigan no tiene que significar en muchos casos que desaparezcan. Por ejemplo, la capacidad técnica para fabricar cemento u obtener cal usando biomasa y materiales abundantes en el entorno existe desde hace milenios y en casos como el cemento con unas prestaciones altas. Por ello, una sociedad decrecentista no necesitaría renunciar a estos y otros materiales similares, pero sí a su uso en las cantidades actuales y con los grados de pureza que muchas aplicaciones industriales de alta tecnología requieren.
La industria siderúrgica del acero es un buen ejemplo de esta necesaria reducción y reconversión. El punto de partida es que consume el 7% de la energía mundial y produce el 7% de las emisiones. Aunque, como recoge De Decker, en realidad son estimaciones a la baja, pues otros estudios dan datos el 50-100% mayores y, si se incluye el comercio internacional de hierro y acero, habría que sumar otro 10-15%. Además, el proceso emite benceno, monóxido de carbono, óxido nitroso y dióxido de azufre.
Una primera opción sería sustituir el acero por otras sustancias en, al menos, algunos de sus usos. Pero esto aumentaría los consumos energéticos, pues el requerimiento de energía para producir una tonelada es notablemente más bajo en el acero (20 GJ/tn), que en el aluminio (175 GJ/tn), el plástico (80-120 GJ/tn) y el cobre (45 GJ/t).
En segundo lugar podemos analizar los medios de producción del acero. Actualmente, el 71% de la producción de acero global se realiza a través de la ruta BF-BOF. Consiste en usar carbón como reductor, que se calienta (o destila) para producir coque. El coque se calienta junto a mineral de hierro y piedra caliza a temperaturas superiores a los 1.000°C para extraer el hierro fundido (arrabio), que luego se convierte en acero. Es el método que se ha ido perfeccionando desde hace cientos de años. Fruto de esa mejora, ya es todo lo eficiente que puede ser: desde principios de siglo su eficiencia está estancada en 20 GJ/tn. En el sentido de la eficiencia, no hay margen de recorrido posible.
La opción que gana terreno en el marco industrial es cambiar la ruta BF-BOF por la DRI-EAF. La diferencia fundamental entre ambas es el uso de arco eléctrico en lugar del de llama. Con este cambio de ruta se consiguen reducir las emisiones de CO2, pasando de 1,9 tn por tonelada de acero producido a 0,4 tn, pero en estas cuentas no están contempladas las derivadas del desarrollo empresarial necesario, como la construcción de nuevas siderurgias.
La tercera opción de mejora es sobre el agente reductor. Se puede dejar de usar carbón mineral en el proceso y sustituirlo por carbón vegetal, pero ese cambio implicaría enormes consumos de biomasa. El carbón vegetal requerido para producir la misma cantidad de ferroaleaciones usadas en 2005 a nivel global sería una parte sustancial del anual producido y requeriría unas 1,8 millones de hectáreas. Además, el proceso no reduciría apreciablemente las emisiones.
Otra posibilitad es no usar un agente reductor. Es decir, producir el acero no a partir de mineral de hierro, sino de chatarra. Si se hubiese producido en el mundo en 2021 todo el acero mediante la ruta DRI-EAF en los hornos más eficientes a partir de chatarra, el consumo total de energía hubiera sido de aproximadamente ⅓ de toda la electricidad generada por todas las turbinas eólicas existentes en el mundo. Una cantidad muy importante que dibuja una multiplicación de la instalación de renovables hipertecnológicas, pero con una reducción del 95% frente al consumo actual.
También se puede utilizar como agente reductor en lugar de carbono (coque), hidrógeno verde (producido a partir de la electrolisis del agua). Este proceso es más consumidor de energía, pues la producción de H2 es muy energívora, del orden de 10 veces más que utilizando chatarra en la ruta DRI-EAF y un 11% más que partiendo de mineral de hierro. Además, a esto habría que sumarle nuevamente la construcción de la infraestructura necesaria: electrolinizadores de hidrógeno, paneles y molinos para producir la electricidad, tanques de almacenamiento, redes de transporte, etc., Todo ello, paradójicamente, altamente demandante de acero y, por lo tanto, entrando en un círculo vicioso de mayor demanda de acero para intentar reducir sus impactos.
En conclusión, la opción más razonable es usar la capacidad productiva existente de la ruta DRI-EAF con chatarra. Según UNESID, en España, en 2022 se reciclaron 8.912 ktn de acero para un consumo, de 12.445 ktn, una cifra notablemente más alta que la media global, en la que la chatarra daría solo para ¼ de la producción de acero actual.
Según World Steel, a nivel mundial, el uso del acero en 2022 fue el siguiente: 52% en construcción (que incluye a las renovables hipertecnológicas, altamente demandantes de acero), 16% en equipamiento mecánico (industria), 12% automoción, 10% en objetos de metal, 5% en otros medios de transporte (como el tren y el barco), 3% en equipamiento eléctrico y 2% en electrodomésticos. ¿Qué parte de todo eso que tiene acero se puede usar como materia prima y qué es lo que habría que primar en la fabricación? Probablemente no haría falta aumentar apreciablemente el parque de viviendas y otras infraestructuras (52% de los usos), ni de flota de vehículos de transporte (17%), ni los usos industriales (16%), todos ellos claramente sobredimensionados. De este modo, la producción de acero se podría reducir enormemente y cubrirse usando como materia prima la chatarra del desmantelamiento, por ejemplo, de vehículos e industrias.
Pero el problema no termina en una reducción en el uso de acero. Actualmente, existen más de 3.500 tipos de acero que se adaptan a requerimientos muy específicos de distintas ramas de la industria (mayor dureza, tolerancia a altas temperaturas, aguante de la corrosión, etc.). Estos aceros tienen demandas energéticas incrementadas. Un ejemplo es el acero inoxidable, cuya tasa de reciclaje es de solo el 15%, con un consumo energético en su producción cuatro veces superior al acero sin más aleación que el carbón. Usar acero reciclado es perder la posibilidad de fabricar muchos de esos aceros específicos o hacerlo en cantidades mucho más pequeñas. Implica tender hacia técnicas más humildes.
Otro ejemplo de producto es el amoniaco, determinante en la fabricación de fertilizantes, entre otras sustancias. El amoniaco se obtiene a partir de nitrógeno atmosférico y de hidrógeno. Este último, fundamentalmente proveniente del gas natural. Pero la obtención de hidrógeno puede ser también por electrólisis del agua usando energía solar. En la medida que hablemos de cantidades relativamente pequeñas de amoniaco, esta industria química tendría un papel en una sociedad decrecentista.
Un tercer caso sería el de la fabricación de jabones, detergentes y otros artículos de limpieza, que también se puede realizar de forma poco impactante utilizando aceite y sosa cáustica (NaOH). La sosa es además la base de otros productos, como el papel. Para la obtención de dicha sosa hay distintos métodos. El más usado en la actualidad es cloroalcalino, pero históricamente se producía tratando el carbonato de sodio (la sustancia alcalina más común que se conoce y utilizada desde la Antigüedad) con hidróxido de calcio (que se obtiene de añadir agua al resultado de la calcinación de la piedra caliza). Un proceso que podría encajar en los parámetros de la química verde.
¿Qué consideraciones socioeconómicas se deben considerar en la transición?
Como se señaló más arriba, una reconversión industrial hacia técnicas más humildes probablemente suceda en cualquier caso como consecuencia del choque contra los límites ambientales. La excepción podrían ser las zonas muy privilegiadas del planeta que puedan sostener un cierto entramado industrial, entre las que nada apunta que pueda estar el Estado español. Por ello, nuestras opciones reales no están entre mantener o no el entramado industrial, sino si la reconversión es pilotada por las fuerzas del mercado, algo que ha marcado la tónica de los procesos de desindustrialización en el Estado español a nivel histórico, por ejemplo en la década de 1980, y que ha conllevado que la peor parte se la lleven las y los trabajadores. O, en contraposición, si es ejecutada con criterios ecosociales. Esta última opción se enfrenta a dificultades de corte socioeconómico muy importantes:
- Probablemente, arroje un balance neto negativo en términos de horas de trabajo tanto si se analiza desde las exigencias climáticas como las ecosistémicas.
- Como consecuencia del alto nivel técnico de la industria actual, las reconversiones son muy complejas. Una fábrica no puede pasar de producir “x” a “y” sin una importante inversión en maquinaria nueva y formación del personal. Incluso aunque se siga dedicando a lo mismo. El ejemplo del plan de reconversión de Mecaner (una subsidiaria del sector del automóvil que realiza troqueles para estampación metálica) es ilustrativo en este sentido: aunque siga realizando troqueles, las inversiones son cuantiosas si son otro tipo de troqueles.
- Cualquier proceso de reconversión está marcado por la competitividad: la nueva actividad productiva tiene que entrar en un mercado que normalmente cuenta ya con muchas empresas asentadas. Esto no solo supone una dificultad de sostenimiento económico, sino también psicológica para las y los trabajadores.
- El imperativo de la competitividad en el marco del capitalismo también ha hecho que el grado de tecnificación de la industria sea muy alto. Por ello, la necesidad de capital para que cualquier ente público, o mejor común, se haga con el control empresarial, es muy grande.
- Reconvertir una industria compleja manteniendo una actividad similar solo puede ser hacia… otra industria compleja. Esto limita mucho el campo de posibles producciones y hace que las propuestas con vocación ecosocial tengan no pocas sombras. Nuevamente, el ejemplo de Mecaner es ilustrativo, pues las opciones identificadas de reconversión conllevan contradicciones ambientales y sociales (carcasas para baterías de vehículos eléctricos, placas bipolares para electrolizadores para producir H2, laminaciones para máquinas eléctricas como los molinos eólicos e intercambiadores de calor de placas, como los usados en climatización eficiente).
- En un contexto de sobrecapacidad industrial frente a los límites planetarios, solo unas pocas empresas se podrán reconvertir. Muchas tendrán que desaparecer. Es más, la reconversión socioeconómica general debería ser hacia el sector agroecológico, lo que plantea un desafío mayúsculo.
- El actual momento histórico no es revolucionario. Por ello, priman las mejoras individuales frente a las colectivas y no existen imaginarios de poder obrero extendidos. Además, en un contexto de dependencia del mercado para satisfacer nuestras necesidades vitales, se ponen por delante la preservación de los empleos, sean del tipo que sean (y por lo tanto el sostenimiento del sistema), frente a la construcción de alternativas.
De este modo, poner en marcha reconversiones industriales, más allá de diversificar, relocalizar, reducir y cambiar los materiales y las energías usadas, implica colocar sobre el tapete dos líneas de políticas.
Las primera se podría resumir en salvar a las personas, pero no a los sectores productivos. Debemos ser capaces de atender las necesidades vitales de las personas aquí y ahora no solo como imperativo moral, sino también estratégico, pues en caso contrario las opciones de “sálvese quien pueda” ganarán posibilidades. Esto se puede conseguir apostando por el reparto del empleo en los sectores en decadencia, con medidas como el adelanto de la edad de jubilación en algunos casos y, sobre todo, la reducción de la jornada laboral sin merma salarial. Otra medida en el sentido de salvar a las personas sería la articulación de una renta básica de las iguales. También potenciar unos servicios públicos universales y de calidad. Un último ejemplo de acción posible sería dar dinero a las comarcas deprimidas, pero no a los sectores deprimidos.
En este tipo de políticas, el caso de las cuencas mineras asturianas y leonesas puede ser ilustrativo. No se puede decir que en estas se haya producido una reconversión real de la actividad, pero sí una protección de las personas fruto de su fuerte proceso de lucha sindical.
La segunda línea política sería centrar los esfuerzos en construir alternativas, pues la protección de las personas solo podrá ser sostenida en el tiempo, en un sistema que se desmorona, si construimos otro. Necesitamos articular medios de satisfacción materiales de las necesidades fuera del metabolismo industrial, que ahora mismo está en el centro de la fabricación de dichos satisfactores. Es más, necesitamos transitar desde ese metabolismo industrial a uno agroecológico.
En esta construcción de alternativas, son necesarias expropiaciones de las empresas que sea necesario y posible reconvertir, para no tener que recurrir a costosas (y probablemente inviables) indemnizaciones o compras. El control obrero de la producción es un requisito necesario, pero no suficiente, para articular un sector productivo de bienes que se acople a los límites planetarios y lo haga con justicia. Estas expropiaciones requieren fuertes luchas sindicales y sociales.
El complemento de las expropiaciones es la desmercantilización. Sacar de la competitividad inherente al mercado la producción, para poder primar la rentabilidad socioecológica y no la económica. Esto requiere de la construcción de autonomía económica, es decir, de redes de alternativas que satisfagan el grueso de nuestras necesidades a través del trabajo colectivo sin pasar por el mercado.
En conclusión, hablar de reconversión industrial, en realidad, es hablar de un cambio social profundo, además de una transformación metabólica y económica.
Luis González Reyes
El Salto