Más allá de nuestras simpatías, de nuestras reticencias o simplemente de nuestra ambivalencia hacia el movimiento del 15M dos hechos parecen incontrovertibles.
El primero es que la irrupción del 15M, irrupción cuya intensidad nadie podía prever a pesar de que ya se habían manifestado algunos signos precursores, ha marcado de forma nítida un antes y un después en el escenario de las protestas y de la conflictividad colectiva. Para convencerse de ello basta con comparar el eco encontrado por las convocatorias lanzadas estos últimos años al margen de las grandes organizaciones sindicales o políticas, con el multitudinario y sorprendente éxito de participación que ha acompañado sus convocatorias. Es obvio que antes de la aparición del 15M se habría tachado de totalmente insensato a cualquiera que hubiese pronosticado una asistencia de más de cien mil personas el 15 de octubre en las calles de Barcelona.
En un plano cualitativo la valoración es sin duda más discutible y depende en gran medida de nuestra actitud hacia el 15M. Sin embargo, creo que es razonable afirmar que la movilización iniciada el 15 de mayo no se ha limitado a acrecentar de forma considerable el número de personas dispuestas a ocupar las calles, sino que ha engendrado un movimiento social novedoso e innovador. Un movimiento que será muy probablemente efímero si tomamos como criterio su particular configuración actual, pero que se perfila como un fenómeno de larga duración si nos remitimos a sus rasgos más fundamentales.
El segundo hecho que se impone con claridad a cualquier observador es el carácter extraordinariamente heterogéneo del 15M. Esta heterogeneidad, que ha sido fuente de un sinfín de contradicciones y de tensiones internas, era inevitable en la medida en que las decenas de miles de personas que confluyeron repentinamente en las calles pertenecían a muy diversas condiciones sociales, eran portadoras de distintas sensibilidades políticas, y carecían de un bagaje compartido de experiencias de lucha. Así mismo, la gran diversidad de los factores económicos, sociales y políticos negativos que saturan la coyuntura actual, y que sin duda han propiciado las
inesperadas cifras de participación, constituye otro de los elementos que explican esta heterogeneidad.
La conjunción de su carácter multitudinario y de su heterogeneidad constitutiva dejaba presagiar que el 15M plantearía un mosaico de reivindicaciones dispares y concretas, pero que su orientación general se inclinaría hacia la moderación. Insurrección contra las insuficiencias, las desviaciones, los abusos y las disfunciones del sistema más que contra el propio sistema. Exigencia de rectificaciones y de mejoramientos más que de una transformación radical. Mayor justicia social, mejores cauces de participación política, mayor transparencia y menor corrupción, viviendas más asequibles, mayor control de las entidades financieras, mantenimiento de los servicios públicos y de los derechos sociales… etc., el mapa configurado por estos aspectos explica que se haya llegado a considerar, no sin cierta razón, que el 15M no era sino la manifestación de las frustraciones y de las decepciones de las clases medias ante unas expectativas que se veían truncadas por la crisis y frente a unas promesas de promoción social y de bienestar que el sistema estaba incumpliendo de forma creciente. En definitiva, cabreo y protesta de los ciudadanos ante el maltrato al que se sienten sometidos por parte de las instituciones y de los poderes fácticos, más que rebelión de los excluidos, marginados y explotados, movimiento ciudadanista más que insurgencia de quienes no aceptan el sistema ni se conforman con reformarlo.
Y aquí se manifiesta ya una primera diferencia radical con los planteamientos libertarios puesto que estos últimos son claramente inseparables de la voluntad de impulsar una subversión radical del sistema social existente por considerarlo totalmente incompatible con la consecución de la libertad entre iguales. No cabe la más mínima duda, si se considera sus contenidos reivindicativos y sus objetivos generales, el 15M dista enormemente de asemejarse a un movimiento de orientación libertaria. Es más, si no fuese porque padecen directamente o de forma muy cercana los efectos de “la crisis”, buena parte de sus integrantes no tendrían nada que objetar, o muy poco, en contra del vigente sistema social.
Sin embargo, todo cambia cuando dirigimos la mirada hacia las formas organizativas y hacia las prácticas de lucha que ha desarrollado el 15M, porque aquí sí que se evidencian amplias resonancias con los principios libertarios. Horizontalidad, asambleísmo, rechazo de los funcionamientos
jerárquicos, ausencia de instancias centrales, búsqueda del consenso en las decisiones, libre circulación de la palabra, rotación de las responsabilidades, autogestión de las tareas y de los recursos, acción directa…etc. No cabe, aquí tampoco, duda alguna, el 15M es profundamente libertario en su praxis y en los principios sobre los que esta descansa.
Sin embargo, el hecho de que el 15M desarrolle, en cuanto a sus formas de hacer, unas prácticas que se asemejan a las que caracterizan al movimiento libertario no debe inducir a confusión. El 15M no se reivindica de una tradición política ya existente, ni se identifica con ninguna de ellas. Se trata de un movimiento que pretende crear su propio marco de referencia y construir paso a paso su propia tradición.
Aquí aparece por lo tanto una segunda diferencia radical con los planteamientos libertarios puesto que estos reenvían lógicamente a una tradición política bien precisa, se definen en referencia a esa tradición, y adquieren sentido en su seno. El hecho de que el 15M no sitúe sus señas de identidad en ninguna tradición política concreta, y sea incluso reacio a hacerlo, presenta, por supuesto, inconvenientes y ventajas. Inconvenientes porque se corre entonces el riesgo de desperdiciar energías para volver a inventar lo que ya está inventado, y también de repetir errores que ya se cometieron. Pero también presenta ventajas porque permite desprenderse de inercias que dificultan la libre experimentación, y por lo tanto la innovación, permite prescindir de esquemas preestablecidos que siempre condicionan la mirada, y libera de unas herencias históricas que alimentan provechosamente los discursos emancipadores pero que también los hipotecan y los esterilizan.
Escasamente libertario tanto en cuanto a sus reivindicaciones explicitas como a sus objetivos generales, bastante libertario, sin embargo, desde el punto de vista de sus prácticas, pero sin asumir como propia la tradición libertaria…. es obvio que el 15M desafía los esquemas de análisis habituales y no se deja descifrar fácilmente a partir de las categorías al uso. Lo más pertinente consiste pues en dejar de considerarlo a partir de cualquier referencia a la tradición libertaria, renunciar a escrutarlo en busca de similitudes y de diferencias con esa tradición, y dejar de evaluarlo en función de si constituye una prolongación, una nueva manifestación, o un resurgir, de esa tradición. El 15M no reproduce elementos de la
tradición libertaria, se trata de un fenómeno original, propio de las condiciones socio políticas de los inicios del siglo XXI, y su eventual capacidad para crear algo que resulte novedoso proviene precisamente de su arraigo en esas condiciones especificas.
La originalidad del 15M consiste en que se trata de un acontecimiento, en el pleno sentido de la palabra, que introduce en el escenario político novedades cargadas de una incuestionable radicalidad política que contrasta curiosamente con la ausencia de radicalidad de sus reivindicaciones explicitas. Entenderemos mejor lo que pretendo decir si esbozamos las diferencias entre las movilizaciones del movimiento del 15M y las anteriores grandes movilizaciones, como por ejemplo las que se llevaron a cabo contra la guerra de Irak, y si, a la inversa, pensamos en las similitudes con lo que aconteció en Francia en Mayo del 68. En las anteriores movilizaciones la gente se lanzaba a la calle para expresar su protesta contra tal o cual decisión o actuación que consideraba inaceptable, se trataba antes que nada de visibilizar el desacuerdo, de expresarse colectivamente y, en el mejor de los casos, de forzar un cambio en las decisiones o en las actuaciones que se cuestionaban. La movilización tenía pues una doble función, expresiva por una parte e instrumental por otra, y toda ella se agotaba en el motivo concreto que la había desencadenado y en las dos funciones que cumplía.
Lo que ha ocurrido con el 15M es algo bien distinto. Aunque el punto de partida fuese la habitual concentración popular para expresar una protesta y plantear una exigencia, muy pronto esto se transformó en un fenómeno diferente. Las miles de personas que invadían las calles y las plazas no lo hacían solamente para “manifestarse” contra aquello o a favor de esto, sino que lo hacían también para “instituirse”, o más exactamente, para “auto-instituirse” como “sujeto de un procesos político”. Y ese es un proceso bastante parecido, salvando todas las distancias, a lo que ocurrió en Francia en Mayo del 68.
Ese proceso de auto-institución ha requerido que la gente se organice, debata, elabore colectivamente un discurso político propio, y construya en común los elementos necesarios para posibilitar el mantenimiento de la movilización y el desarrollo de la acción política.
La importancia que adquirió en el seno del movimiento el rechazo de la representación (el famoso « no nos representan », claro, pero acompañado además por la negativa a ser representados por instancias permanentes: “nadie puede arrogarse el derecho de representarnos”…) indica cual fue la novedad que introdujo el movimiento en el tablero político convencional. En efecto, se producía una ruptura radical con las prácticas que consistían en responder a unas agendas elaboradas externamente, es decir por otros que por las personas efectivamente movilizadas. En las plazas públicas, desviadas de sus usos convencionales y autorizados, la imaginación se puso a trabajar para crear espacios, construir condiciones, y elaborar procedimientos que permitiesen a la gente elaborar por si mima y colectivamente su propia agenda, al margen de las agendas ideológicas pre establecidas e importadas.
A partir del momento en que el rechazo de la representación se constituyó como principio activo de la acción del 15M los únicos discursos, los únicos compromisos que se reconocían y que se asumían como legítimos eran los que provenían del interior mismo del movimiento, los que se engendraban en su seno. Solo se aceptaba lo que el movimiento producía por sí mismo, de manera autónoma, siguiendo las reglas del libre debate en un marco no jerárquico.
Hoy, ante lo azaroso que resulta predecir la evolución del 15M algunos de los que se muestran fuertemente críticos con el movimiento porque no reproduce claramente los contenidos libertarios y porque carece de ímpetu revolucionario, se curan en salud y sugieren que debemos conceder, sin embargo, un margen de confianza al 15M y esperar un tiempo para ver si corrige su trayectoria, si cambia de rumbo y si evoluciona finalmente en la buena dirección. Este tipo de análisis crítico que supedita el valor del movimiento a lo que este pueda llegar a ser en el futuro, y al grado en que se asemejará a lo que tipificamos como un movimiento revolucionario y libertario, evidencia la dificultad que encontramos para desprendernos de nuestros esquemas preestablecidos, percibir la realidad sin nuestras anteojeras políticas, y para captar lo novedoso.
En efecto, si el 15M merece nuestra consideración no es en función de lo que alcanzará a ser en un futuro más o menos lejano, sino en razón de lo que ya ha realizado en el presente. La irrupción del 15M en las plazas públicas representa un hito de un alcance extraordinario
independientemente de cual pueda ser su desarrollo y su itinerario posterior. Obviamente, nadie puede predecir cuál será el futuro del 15M, pero su valor no depende del camino que recorrerá ni de la meta que alcanzará sino que radica en aquello que su andadura actual ya ha proporcionado. Y lo que esta andadura ya ha dado de sí es de un alcance valiosísimo, no solo, que ya es mucho, porque el 15M ha provocado en el imaginario político una profunda brecha que socava el principio ideológico de la representación, y que hace recaer en las personas movilizadas todas las decisiones relativas a lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo. Sino también porque ha creado las condiciones para que se forme, sobre el terreno y bregando con las exigencias y con las prácticas reales de la auto organización y de la autogestión, una nueva generación de activistas y de espíritus críticos que aún están librando sus primeras escaramuzas pero que parecen querer cultivar durante largo tiempo el ferviente deseo y el fuerte compromiso de no dar tregua al sistema y de hostigarlo sin descanso.
En conclusión, si bien es cierto que el 15M transcurre por unos cauces que son independientes de aquellos por los que transcurre el movimiento libertario y reviste unas características que no provienen de ese movimiento, no deja de ser cierto que se inscribe en una tendencia histórica general de la que también forma parte la tradición libertaria. Si algo caracteriza profundamente al 15M es su férrea voluntad de autonomía, una reivindicación generalizada de autonomía y de autodeterminación que le conmina a fijar sus propios objetivos y a determinas sus propias formas de ser, así como a rechazar la dominación, a no dejarse tutelar por ninguna instancia externa, y a decidir y actuar por sí mismo. El hecho de que el 15M enarbole estos valores y estos principios evidencia, por una parte, que estos no son patrimonio exclusivo de la tradición libertaria, e indica al mismo tiempo el parentesco ideológico que aúna entre sí al 15M y a la tradición libertaria.
Creo que queda bastante claro que, desde la postura que expreso, lo peor que le podría pasar al 15M y al propio porvenir del antagonismo social sería que el 15M se dejase tutelar por el movimiento libertario, globalmente o por cualquier de sus variantes, o que asumiese como propio los principios y finalidades del movimiento libertario. Cuando digo “lo peor”, hay que entender, claro está, exceptuando la nefasta pero muy seria posibilidad de que acabe siendo tutelado por algún partido de izquierda, por formaciones
de extrema izquierda o por grupos nacionalistas. Hecha esta matización, si en algo puede contribuir el 15M al desarrollo de la tendencia histórica de lucha contra la dominación en la que se inscribe la tradición libertaria es con la condición de que camine con independencia de cualquier mimetismo respecto de esa tradición.
Tomás Ibáñez. Barcelona, noviembre 2011.