Una ley que regule el precio del alquiler supondría un grave riesgo para los bancos americanos que financiaron la compra de miles de viviendas por fondos inmobiliarios durante la Gran Recesión.
Estados Unidos domina el mundo a través del dólar. Como si fuera el rey Midas, la Reserva Federal puede crear tantos dólares como quiera. Sin embargo, el resto de bancos centrales tiene que tener cuidado con los excesos en la creación de dinero. Los excesos pueden provocar que la moneda pierda su valor y así dar alas a la temida inflación. Pero este no es el caso de Estados Unidos.
En 1971, Richard Nixon y Henry Kissinger decidieron abandonar el patrón oro que había regido el comercio tras la Segunda Guerra Mundial. El patrón oro consistía en que 35 dólares podían cambiarse por una onza de oro. En los acuerdos de Bretton Woods se había acordado que los dólares siempre tendrían un valor material al que se debían ajustarse todas las monedas del mundo. Estados Unidos tenía el poder de crear la moneda mundial, pero como contrapartida tenía la obligación de acumular el oro suficiente para cambiar los dólares que creaba.
La guerra de Vietnam cambió las cosas. El despliegue de violencia salió muy caro y Estados Unidos tuvo que imprimir montañas de dólares para poder pagar a sus proveedores. Es decir, al complejo industrial-militar, tal y como lo definió Dwight D. Eisenhower. En su discurso de despedida como presidente del país, el general Eisenhower advirtió a la nación del peligroso poder que la industria militar había acumulado. Ningún presidente se ha atrevido a volver a hacer algo similar.
Por su parte, el gobierno francés se percató de que Estados Unidos estaba imprimiendo dólares por un valor muy superior al del oro que tenía acumulado en los almacenes de Fort Knox. George Pompidou tomó una decisión audaz: envió una fragata militar a Nueva York para ejercer el derecho de Francia de cambiar sus dólares por oro, tal y como establecían los acuerdos de Bretton Woods. En ese momento Nixon suspendió el patrón oro en lo que se conoce como el Nixon Shock. La fragata tuvo que volver a Francia con la bodega vacía. En cualquier caso, el gobierno americano tenía miedo de que la suspensión del patrón oro provocase el derrumbamiento del valor del dólar. Así que tuvieron una idea acerca del petróleo la cual cambiaría el mundo. Para peor, seguramente.
El petróleo mueve el mundo y todo el mundo lo necesita. Los desplazamientos laborales, la distribución de productos o el turismo dependen de este líquido, puesto que mueve los barcos, los aviones y, de momento, las furgonetas de reparto. Así que Kissinger llegó a un acuerdo con Arabia Saudí en relación con este asunto. Los árabes venderían el petróleo en dólares y, a cambio, Estados Unidos garantizaría la seguridad de la casa Saud. Su otro gran aliado, el Sha de Persia, haría lo propio. Estos dos países se convertían así en los pilares gemelos de la política exterior de EE.UU. El resto de países de la OPEP pronto siguió el mismo camino que Arabia Saudí. Además, en 1973 la OPEP subió los precios del petróleo, animada por el propio Kissinger.
Esto hizo que el mundo cambiase para siempre. La Reserva Federal de Estados Unidos se convirtió en un trasunto del rey Midas, puesto que todo lo que tocaba se convertía en dinero. El dólar nunca pierde su valor porque todos los países necesitan adquirir miles de millones de dólares para comprar petróleo. Por este motivo, Estados Unidos es el único país que puede acumular enormes déficits fiscales sin que se devalúe su moneda. En los años ochenta, Ronald Reagan se lanzó hacia un déficit desbocado. Bajó los altísimos impuestos que hasta entonces pagaban las clases altas y permitió el uso de paraísos fiscales. Además, gracias a su control sobre el petróleo, Estados Unidos también podía importar mucho más de lo que exportaba sin que esto tuviera mayores consecuencias.
El profesor de la Universidad de Berkeley Barry Eichengreen resumió el privilegio de Estados Unidos con las siguientes palabras: “Producir un billete de 100 dólares le cuesta unos pocos céntimos al Departamento del Tesoro de Estados Unidos. Sin embargo, el resto de países tienen que aportar bienes reales por valor de 100 dólares para obtener uno”.
Alan Greenspan, que fue el presidente de la Reserva Federal durante casi veinte años, dijo que “Estados Unidos puede pagar cualquier deuda que tenga porque siempre podemos imprimir dinero para hacerlo. Por tanto, hay cero posibilidades de impago de la deuda”. La estrategia de Greenspan para superar las crisis financieras consistía en regalar toneladas de dólares al sector financiero. Así lo hizo para superar el crac bursátil de 1987 y volvió a hacerlo tras el estallido de la burbuja tecnológica que tuvo lugar a principios del siglo XXI. La Reserva Federal también ha utilizado la estrategia de regar con dólares al sector financiero americano para afrontar la crisis de las hipotecas, que ha sido la peor de todas ellas.
Los poderes financieros dictaminaron que la causa de esta crisis era que se habían concedido hipotecas a demasiada gente. Decidieron resolver este problema mediante los Acuerdos de Basilea III del año 2010, que regulan el sector financiero en casi todo el mundo. A partir de entonces, quien quisiera comprar una vivienda tendría que poner una entrada del 20% para recibir una hipoteca.
¿Qué pasa con las personas que no pueden ahorrar o que no han heredado lo suficiente? Que quedan abocadas al alquiler y, en la mayor parte de los países, expuestas a la codicia del sector financiero. Esto incluye a toda la clase obrera de Estados Unidos, cuyos salarios reales no han crecido desde el año 1973.
Los gobiernos dieron alas al sector financiero para que siguiese lucrándose con la vivienda. Los bancos tradicionales seguirían ejerciendo de prestamistas mediante la concesión de hipotecas con menos riesgo de impago. El negocio de convertirse en casero correspondería a los fondos de inversión. Estos no tienen que pagar impuestos ni rendir cuentas a nadie porque se les permite operar desde paraísos fiscales. Además, había millones de viviendas en todo el mundo que habían quedado en manos de unos bancos quebrados que tenían que deshacerse de ellas por los imperativos de Basilea.
Así que la oportunidad era magnífica. Estos fondos solamente necesitaban financiación para comprar esos millones de viviendas en Europa y Estados Unidos que habían quedado en tierra de nadie. Basilea exige que una parte de la financiación, con un mínimo del 20%, provenga de fuentes internas. De lo contrario, la solvencia del banco resulta muy penalizada. Los gestores como Blackstone, Cerberus o Lone Star crean fondos de inversión en paraísos fiscales para obtener ese 20% que les hace falta. Los inversores son fondos de pensiones, fondos soberanos o gente muy adinerada. Además, las gestoras también aportan una pequeña parte del capital.
Pero la parte más sustanciosa de la financiación, que normalmente alcanza un 80% del valor de la compra, proviene de la banca. La banca europea y, sobre todo, la banca americana recibieron montones de dinero gratuito de la Reserva Federal y del Banco Central Europeo. Los bancos podían recoger beneficios prestando ese dinero a los fondos con un interés mayor. De esta manera, la vivienda contribuiría a la recuperación del sector financiero. El negocio era estupendo para Wall Street, porque las enormes ganancias viajarían hacia Nueva York sin siquiera pagar impuestos en los países de origen.
Pero surgió la pandemia de covid-19 y las expectativas de negocio de Wall Street en España quedaron truncadas. La evolución de los precios del alquiler no cumplía con las expectativas de los fondos de inversión. Así que los fondos tienen problemas para devolver los gigantescos préstamos que le concedió la gran banca americana. En este juego participaron los grandes poderes financieros: Morgan Stanley, Bank of America, JP Morgan o Deutsche Bank. Estos bancos han prestado miles de millones de dólares a los fondos oportunistas que se hicieron con cientos de miles de viviendas en España. En este sentido, Blackstone, Cerberus y Lone Star compraron más de 400.000 viviendas con solo seis operaciones.
Varios de estos negocios están en riesgo. El fondo Cerberus, que se ha hecho famoso por sus prácticas abusivas contra los inquilinos, tiene una gestora inmobiliaria en España llamada Haya Real Estate de la que es consejero José María Aznar Botella. Haya acaba de recurrir a Houllihan Lokey, empresa conocida como “el rey de la quiebra”, para afrontar su propia bancarrota. Por su parte, Quasar fue la mayor operación de este tipo en España. Esta sociedad, creada por el Banco Santander y Blackstone, recibió un préstamo de 7.332 millones de euros. Se lo concedieron los principales bancos del mundo: Bank of America, Morgan Stanley, Deutsche Bank y JP Morgan, entre otros. Hace ya unos meses que estos bancos se hicieron con el control de las cuentas bancarias de Quasar porque el Banco Santander y Blackstone no podían devolver el préstamo. Pues bien, Aliseda, que es una de las filiales de Quasar, acaba de declarar unas pérdidas de 463 millones de euros.
La causa de estas pérdidas es debida a que el sector financiero había depositado unas expectativas en el crecimiento de los alquileres en España que no se han cumplido. Sin embargo, los bancos fueron previsores. Los fondos de inversión empeñaron las viviendas como garantía del cumplimiento del préstamo. Si no devuelven los préstamos, los fondos deben entregar las viviendas a los bancos. Pero esto también generaría un enorme problema a la gran banca americana. Después de todo, ¿qué hace un banquero de Nueva York con miles de pisos desperdigados por la península ibérica?
Pedro Sánchez acudió a Nueva York el 22 de julio para reunirse con el Gotha del poder financiero americano. A la reunión no faltaron quienes habían hecho inversiones inmobiliarias en España. Así, el presidente Sánchez se tuvo que reunir con representantes de BlackRock, Fidelity, Bank of America, Blackstone, JP Morgan, Lone Star Funds y Morgan Stanley. No sabemos qué se trató en esta reunión. Según las agencias de prensa, el orden del día estaba compuesto por temas como la formación profesional y la innovación educativa en España. Existen dudas razonables de que este tipo de asuntos puedan suscitar el más mínimo interés en un banquero de Nueva York. Así que es más probable que uno de los temas estrella de la reunión fuese qué va a pasar con sus inversiones inmobiliarias en España y, sobre todo, qué iba a hacer el gobierno español para protegerlas. Como se ha señalado, estas inversiones se encuentran en alto riesgo por la rebaja de expectativas causada por el covid-19. Así que cualquier otro elemento que pueda rebajar dichas expectativas encontraría a buen seguro la oposición firme de Wall Street.
Uno de estos elementos es el control de los alquileres mediante una ley que regule sus precios. Por supuesto que una ley de este tipo podría ser efectiva. Pero hoy por hoy esta ley iría en contra de los intereses de Estados Unidos. Ante semejante enemigo, solamente una sociedad civil muy organizada podría lograr con mucho esfuerzo una ley que de verdad proteja al inquilino. Se están dando grandes pasos como la presentación de la propuesta de Ley de Vivienda con un amplio apoyo de la sociedad civil, los partidos y los sindicatos. Pero parece que todavía queda mucho camino por andar.
No es imposible. En el año 2004 la ciudad de Berlín vendió más de 60.000 viviendas a Goldman Sachs y a Cerberus por su mala situación financiera. Desde entonces el precio del alquiler no ha dejado de subir en Berlín. Ahora estas viviendas forman parte de Deutsche Wohnen. Esta es una gestora de viviendas detrás de la que se encuentra BlackRock, que es el mayor gestor de inversiones del mundo. El 27 de septiembre se planteó una consulta a los berlineses. Debían responder sí o no a la expropiación de las viviendas de los grandes fondos de inversión. Entre ellas se encuentran las antiguas viviendas de Deutsche Wohnen. El amplio sí de Berlín demuestra que, por suerte, todo es posible.
Manuel Gabarre de Sus
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