Dubái acoge la cumbre del clima con el sultán petrolero Al Jaber como presidente. 2.456 lobistas del combustible, cuatro veces más que en la anterior COP, estarán presentes en los Emiratos.
¿Qué le parecería poder disfrutar en el lujoso Dubái, durante la COP28, la del año de los récords de temperatura, de un panel sobre la experiencia de ir en yate de manera sostenible? Un evento capitaneado por Nico Rosberg. Quizá se pregunten quién es. ¿Un referente ambientalista?, ¿un reputado comunicador? No, en realidad es un expiloto de Fórmula 1.
Esto podría llegar a ser una anécdota, pero desgraciadamente es la tónica creciente en las COP. En la anterior, celebrada en Egipto, los delegados de los combustibles fósiles ya fueron 636, más que cualquier equipo de un país, pero este año se ve que han decidido ir todos. 2.456 lobistas de los combustibles fósiles están presentes en Emiratos.
Por si fueran pocos, el peor de los lobistas parece ser el triple presidente –de la COP28, de la petrolera ADNOC y de la empresa del sector renovable Masdar–, el sultán Al Jaber, que afirmó que abandonar los combustibles fósiles nos devolvería a las cuevas. Ya se han dado mil vueltas a sus palabras, pero semejante fanfarronada negacionista deslegitima la propia cumbre.
Las COP siempre han tenido un importante componente de greenwashing, de ‘negocionismo’ y de postureo verde que nadie puede negar. Pero lo de este año es una cosa de otro planeta. O de la antesala del final de la estabilidad climática de este.
El combustible de las COP
La reciente noticia de que Emiratos Árabes Unidos (EAU) estaba planeando cerrar negocios de petróleo y gas, aprovechando que presidía y organizaba la conferencia anual sobre cambio climático, ha sido un duro golpe al multilateralismo climático. Otro más.
No es ninguna novedad que las COP son un espacio business friendly y que los lobbies fósiles están bien presentes. Pero el descaro con el que el equipo del sultán Ahmed Al-Jaber ha manejado su cargo de “líder mundial climático” para beneficiar a su país petrolero hace temblar los cimientos de la propia Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático –CMNUCC– y sus 30 años de existencia.
El comportamiento de EAU no hace más que evidenciar la incapacidad manifiesta de atacar la adicción global a los combustibles fósiles por su vinculación directa con el sacrosanto crecimiento económico y el modelo de consumo, producción y acumulación capitalista. Un rebobinado rápido a la historia de la CMNUCC nos sitúa en tres momentos clave que sirven como descriptores de esta dinámica y del panorama internacional, incluso más allá del propio debate climático: Río, Kioto y París.
La Cumbre de la Tierra de 1992 en Río de Janeiro discurrió en un tiempo en el que el multilateralismo creía que la caída del bloque soviético era una oportunidad para avanzar en agendas globales como la climática, reconociendo las “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, es decir, la asimetría histórica de emisiones entre los llamados países industrializados y el resto. Esta euforia del multilateralismo climático se consolidó en un primer acuerdo legalmente vinculante: el Protocolo de Kioto. Desgraciadamente, Kioto se convirtió en una “novedad obsoleta” porque al inicio de su período de ejecución, en 2008, la administración negacionista de George W. Bush no lo había ratificado y China no entraba en el grupo de países industrializados con objetivos de reducción de las emisiones. Los dos máximos emisores quedaban fuera. Eso sí, numerosos Estados y el lobby empresarial y fósil consideraban una injerencia competitiva la limitación de las emisiones. Para no “poner puertas al campo”, en 2001 se aprobaron los mecanismos de flexibilidad y, entre ellos, la mercantilización y financiarización de un componente del aire, el CO2. El mercado entraba de lleno en las COP y el offsetting (la compensación de las emisiones) se convertía en un incentivo para las grandes corporaciones, transformando la acción climática en un nicho de negocio.
Todo este progreso mercantil (mercado de CO2, compensaciones, mecanismos de desarrollo limpio) tenía una función muy concreta: censurar y evitar el ataque directo a la principal causa de las emisiones antropogénicas, la quema masiva de combustibles fósiles, concentrada en el norte global y en las élites extractivas.
Las COP han resultado ser unas fantásticas ceremonias de distracción masiva, y la COP28 no será una excepción. Darle la presidencia a los EAU era una apuesta bien arriesgada. Quizá Naciones Unidas creía que podía persuadir e involucrar más directamente a los países exportadores de petróleo en la lucha contra la emergencia climática dándoles responsabilidades de primer nivel. Quizá había también otros motivos, como alejar las cumbres del clima de los lugares donde es fácil protestar. En cualquier caso, EAU ha aprovechado la oportunidad para emplear las herramientas diplomáticas y las redes de la Convención en búsqueda del beneficio propio.
Por último, y muy conectado con lo que pasará en Dubái por la revisión del Balance Mundial (Global Stocktake), nos encontramos con el Acuerdo de París de 2015, un compromiso que suturó las heridas de la COP15 de Copenhague, pero que está resultando un “milagro insuficiente”. Consiguió meter a los BRICS en un tratado legalmente vinculante, pero con la contrapartida de que cada país presente sus propuestas y, servida la competición, la mano invisible de la ambición climática nos situaría en la senda marcada por el IPCC. De momento, (¡oh, sorpresa!), no funciona.
Unilateralidad, guerra, tensión internacional y resurgir fósil
La vigesimoctava Conferencia de las Partes estará atravesada por la guerra en Ucrania y el actual genocidio en Gaza, con el cuestionable aderezo del papel de la Comunidad Internacional. La reacción de la Unión Europea contra Rusia, bajo la tutela de EEUU, contrasta con la débil petición de respeto a la legalidad internacional para Israel.
Estos dos conflictos bélicos abiertos han hecho replantear prioridades y/o evidenciar las fisuras por las que la diplomacia y la coherencia se están desangrando. Sirva como ejemplo el aumento del gasto militar en dos años de los países de la OTAN: 100.000 millones de dólares, el montante exacto con el que los países del norte debían apoyar a los del sur para las medidas de adaptación y mitigación del cambio climático.
Sobre el papel, la transición verde es imparable y todo el mundo quiere su parte. Pero, en realidad, lo que todos quieren es asegurar su suministro fósil, porque es el que hace funcionar la economía.
Al final habrá que elegir. Clima o Petróleo. Capitalismo o Planeta.
Que las cumbres toquen tierra
Tal vez el problema de las cumbres del clima es precisamente ese, que son cumbres. Que muchos de los representantes que por allí pululan –los que deciden algo– no suelen tocar tierra de tanto viajar en jet privado. Que no bajan al barro (o pretenden navegarlo en yate).
Necesitamos una democracia popular hecha por y para el pueblo. Para que las personas no crean –y con razón– que les están tomando el pelo. Para que los lobistas pierdan su capacidad de influencia. Las COP, tal como están diseñadas, ya no nos sirven para solventar este laberinto que es la transición ecológica justa.
Unos cuantos ingredientes para una receta mejor, acorde con el momento histórico: ni un solo delegado lobista de los combustibles fósiles debería poder participar, y sería imprescindible mucha más presencia de la sociedad civil y de la ciencia. Se debería dar mucha más relevancia al sur global, los lugares que apenas tienen voz y los que van a sufrir las consecuencias del caos climático antes que nadie. También se necesita proporcionar más visibilidad y proyección a propuestas como las del Yasuní para dejar el petróleo en el subsuelo, levantadas desde las organizaciones indígenas, sociales y ambientales del Ecuador y que deberían iluminar al mundo hacia el camino de la democracia participativa.
Que coincidan en este 2023 los récords de temperatura y los fenómenos extremos con la pantomima en Dubái y la creciente represión al activismo climático dibuja una imagen nítidamente espantosa de la realidad. Una imagen que necesitamos transformar a toda prisa casi en su antónima, para evitar el descalabro al que nos vamos acercando a toda velocidad. Más de 1.400 científicos –entre los que se incluyen 33 autores del IPCC– acaban de firmar una carta pidiendo al público y a la comunidad científica que pase a la acción. Si queremos evitar que nuestro futuro sea el de la inestabilidad climática durante los próximos milenios, el tiempo de la desobediencia civil masiva ha llegado. ¿Estaremos a la altura del reto? Las cumbres, claramente, no lo están.
Juan Bordera // Alfons Pérez
CtXt Contexto y acción