desconfianza de los jóvenes hacia los medios tradicionales como el síntoma de algo mayor
Detrás de esta afirmación hay toda una carga de ruptura, que va mucho más allá de una mejor capacidad de adaptación de una generación a los avances tecnológicos.
El paro juvenil está en cifras insoportables por encima del 55% y la posibilidad de una vida mejor que la de sus padres se ha esfumado. Esta precariedad económica se convierte en precariedad vital, no hay futuro. Ante esta situación, todos los estamentos del poder de la democracia liberal, en la que vivimos, son vistos con recelo. Y los medios de comunicación tradicionales son uno de los pilares que sustenta todo el entramado: corporaciones mediáticas, entidades financieras y partidos políticos.
Los grandes medios tenían asignado el papel de generadores de ilusiones consumistas (poder económico) y, a la vez, el de establecer los límites del debate dentro de lo tolerable por el sistema (poder político). En resumen, la construcción de una nueva conciencia de clase, la de la clase media. Todo el mundo puede acceder a ciertos niveles de bienes materiales a cambio de no poner en duda las estructuras de poder. Es innegable que ha funcionado de manera más o menos satisfactoria si vivías en el primer mundo.
La prensa, la radio o la televisión no han hecho más que reproducir un engranaje económico-social. Unos pocos poseen los medios de producción y determinan de manera unidireccional las reglas económicas, laborales, sociales y culturales. Cuanto más unificados sean los deseos de una sociedad, mayor será el mercado que podrás alcanzar y mayor el control social. Una secuencia de ciclos lampedusianos. Solo hace falta echar una mirada para ver quién hay detrás de cada gran corporación mediática, económica o política.
Y ahora, cuando se vislumbra la ruptura, coincide con una generación que ha sido capaz de construir su propio relato cultural y social en común a través de las nuevas formas de comunicarse. No es tan solo un sector de población con herramientas diferentes, son nuevas subjetividades que recelan de instrumentos del poder que entienden agresivos contra ellos y confían en sus iguales para dar voz a su nueva forma de ver el mundo.
Sería ingenuo pensar que una herramienta por sí misma es emancipatoria o que toda la juventud hace uso de los nuevos medios digitales con una conciencia contracultural. Cuando millones de adolescentes convierten a Justin Bieber en una estrella mundial compartiendo sus videos, puede que no sean conscientes, pero están cortocircuitando el funcionamiento de las discográficas y radiofórmulas desde los años 60. Por supuesto, después los medios tradicionales tratan de capitalizar estos movimientos a su favor y tienen mucho peso y poder para lograrlo, pero las brechas ya se han abierto.
Si analizamos la desconfianza de los jóvenes hacia los medios tradicionales como un hecho aislado del sector de la comunicación y no como el síntoma de algo mayor, estaremos, de nuevo, mirando el dedo y no la luna. Y nos estaremos perdiendo un momento histórico que nos ayudará a entender mejor que será de nosotros mismos mañana.
Carlos Alcoba Casares
miembro de Attac-Catalunya