Luchar contra lo que parece inexorable por Joan Subirats

En muy pocos años, las desigualdades sociales han aumentado a los niveles de la primera parte del siglo XX

El neoliberalismo mercantiliza no solo los sistemas de bienestar social, sino parcelas del poder institucional consideradas esenciales como la seguridad o la justicia

 Joan Subirats 13 oct 2013

La forma en que presenta la crisis se acerca a la idea que uno tiene de lo inexorable. Aquello que no permite ni oposición ni alternativa. La verdad es que llevamos años en esa trayectoria y, mientras crece la rabia, no se avanza en la construcción de alternativas reales. En muy pocos años, lo conseguido en Europa en relación a la desigualdad va evaporándose.

En el mundo, aquellos a los que algunos denominan como Ultra HNWI (High Net Worth Individuals) o personas con un extraordinario capital financiero (el umbral estaría en los 30 millones de dólares) crecen y crecen, alcanzando una cifra que ronda las 100.000 personas. Son la parte superior de la pirámide de inversores financieros que han aprovechado a fondo los cambios que se fueron produciendo en los años anteriores al estallido de la burbuja. Deslocalización industrial, desregulación financiera con liberalización del movimiento de capitales y centralización de las decisiones políticas en ejecutivos (a escala estatal y europea) con fuerte componente técnico han sido las tres columnas centrales sobre las que el nuevo escenario político, económico y social se ha construido.

Esta constitución neoliberal es la que genera una gran financiarizaciónde la economía, desequilibrando a su favor el balance con los sectores productivos. Es asimismo la que tiende a mercantilizar, a convertir en productos mercantiles, no sólo los sistemas de bienestar, sino también parcelas de poder institucional consideradas antes como esenciales (seguridad, justicia,…). Y la que genera, aprovechando la globalización productiva, una tremenda y estructural precarización del trabajo dependiente, con la caída de los salarios y la erosión de las condiciones de vida de las clases medias.

El diagnóstico va siendo cada vez más claro. Como claros son los efectos en los crecientes desequilibrios sociales. Y va decantándose la idea que los «treinta años gloriosos» (1945 a 1975) que permitieron en Europa (y con retraso aquí) reducir la desigualdad social a niveles insólitos, aprovechando las instituciones y políticas del Welfare, son y serán cada vez más, una excepción.

Nos recuerda estos días Ken Loach con su film El espíritu del 45, que ese periodo sólo fue posible por la acumulación de experiencias y el aprendizaje de las luchas de los decenios anteriores, los efectos de la Segunda Gran Guerra y el temor que despertaba la fuerza de la clase obrera y la presencia de la URSS. En muy pocos años, las desigualdades sociales han aumentado a los niveles de la primera parte del siglo XX.

Mientras, la democracia sigue debilitándose, incapaz de mantener sus promesas de justicia social y de participación ciudadana en la toma de decisiones. Están cada vez más en cuestión las fórmulas representativas sin que las de participación directa sean aún operativas. Los partidos sufren un descrédito sin igual, sin que hayamos tampoco encontrado alternativas a la labor de educación política y de articulación y de movilización social que hacían antes de que muchos de ellos se convirtieran estrictamente en aparatos de ocupación de espacios de poder y de monopolización de la política. En este sentido, las responsabilidades de la socialdemocracia (en especial del New Labour) son significativas, ya que ayudaron a que se confundiera ese cambio de régimen con un simple proceso de modernización institucional.

Y aquí estamos. Con datos cada vez más alarmantes. Con una Constitución que se usa como barrera cuando conviene, pero que se incumple cada día que pasa si atendemos a los valores y derechos que contiene. Con cada vez más ultrarricos que no saben qué hacer con sus capitales, con más y más trabajadores sin trabajo ni rentas, y con crecientes necesidades sociales sin cubrir. Avanzamos inexorablemente hacia un punto en el que sólo podremos cambiar para seguir siendo. Y para tratar que ese cambio sea positivo, necesitamos ir más allá de la defensa, a veces corporativa, de lo que ya tenemos. Articular mejor las dinámicas de resistencia hoy dispersas y fragmentadas. Construyendo espacios de autonomía, de nueva institucionalidad. Espacios de economía social y cooperativa con mecanismos de financiación del sector, que permitan crecer y asentar otras dinámicas. Recuperando en definitiva a la política como el espacio para luchar contra lo que se nos presenta como inexorable.

Joan Subirats es catedrático de Ciencias Políticas de la UB.

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