Preparándose para la guerra, la Europa neoliberal se hunde en su propio lodo

 

Los dirigentes europeos hablan de guerra. O, mejor dicho, de su inevitabilidad. Nos dicen que la Unión Europa debe prepararse sin excusa posible para hacer frente al conflicto bélico y que nuestras economías y presupuestos deben dar prioridad al gasto militar. Incluso, en algunos países, preparan la movilización de miles de jóvenes.

Comentaré en otro momento lo extraño que resulta que esa convicción sea bastante ajena a lo que percibe la ciudadanía y, además, contraria al ansia de acabar con el fantasma de la guerra que animó a las grandes figuras que impulsaron la construcción europea. Ahora, simplemente quiero resaltar la cínica contradicción en la que caen todos esos dirigentes.

Desde hace décadas (no sólo tras la crisis), han impuesto políticas de austeridad que han producido una creciente pérdida de actividad, ritmos muy bajos de crecimiento económico y la desindustrialización progresiva, de la Unión en su conjunto e incluso de las grandes potencias como Alemania. Sirva como mejor prueba de esto que la industria de esta última representaba en 1991el 30,2% de su PIB y el 36,8% si se incluía la construcción. A finales de 2023, esos porcentajes fueron 18% y 24,2% respectivamente.

La causa fundamental de todo ello ha sido la progresiva caída de la inversión. Según los datos del Banco Mundial, en los años 70 representaba alrededor del 30% del PIB en los países europeos. A finales de 2022 fue del 25% para el conjunto de la Unión; pero las grandes potencias registran un peso mucho más bajo, 16% en Alemania y 17,3% en Francia.

Detrás de todo ello se encuentran las reglas de estabilidad presupuestaria impuestas como triple resultado de la incompetencia, los sesgos ideológicos y la servidumbre hacia el capital financiero de los dirigentes europeos.

Hasta el propio Fondo Monetario Internacional ha demostrado que, en 17 economías de la OCDE y desde 1985, la inversión pública fue el motor que atrajo inversión privada, impulsando así la producción (tanto a corto como a largo plazo) y reduciendo el desempleo. Justamente, el motor que se ha ido frenando constantemente en la Unión Europea al someterlo, en contra de la lógica económica más elemental, a las mismas restricciones presupuestarias que los gastos corrientes.

Las economías de todos los países de la Unión, sin excepción, han pagado esa estrategia que sólo ha beneficiado al capital financiero por una razón muy sencilla de entender: vive de la deuda a la que hay que recurrir cuando la actividad económica avanza a bajo rendimiento y, por tanto, con escasez de ingresos.

Ahora, los dirigentes europeos han de pagar la factura de sus errores y servidumbres anteriores.

El comportamiento de la economía rusa, a la que tantos daban por muerta en pocos meses por la guerra y las sanciones tras la invasión de Ucrania, ha sido una prueba del algodón: sólo los países con una base industrial potente, con economías centradas en la producción material de bienes y servicios productivos, pueden hacer frente a la guerra de nuestros días con cierta seguridad, sin que se hundan la actividad y el ingreso, y colapsen.

El empeño de convertir a la Unión Europea en una potencia militar con capacidad para hacer frente a sus supuestos enemigos es una quimera de los dirigentes europeos; justamente, porque ellos mismos la condenaron a la desindustrialización y al debilitamiento estructural al imponer las absurdas reglas de estabilidad presupuestaria.

No tengo la menor duda de que ahora darán la vuelta a sus principios para poder incrementar el gasto militar, pero la paradoja será que ni siquiera así se podrá aumentar la capacidad defensiva europea, al menos, a corto y medio plazo. Por el contrario, la militarización de la Unión aumentará nuestra dependencia de Estados Unidos y obligará a hacer renuncias muy lesivas en gasto productivo y social, lo que tendrá costes muy elevados para la mayoría de la población que (¡ojo a esto!) sólo se podrán soportar si, al mismo tiempo, se fortalecen las ideas ultraderechistas, xenófobas y militaristas.

Juan Torres López
de su blog Ganas de escribir

 

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