El Impuesto sobre el Patrimonio: un gravamen necesario y, sin embargo, marginal

Una de las heridas que nos está dejando la pandemia es el fuerte crecimiento de la desigualdad. El crecimiento de la desigualdad en la renta y la riqueza parece imparable.

Una de las heridas que nos está dejando la pandemia es el fuerte crecimiento de la desigualdad.

Si a razones estructurales, ya expuestas en la literatura seminal de Piketty[1] y Zucman[2], se unen los cambios tecnológicos y otros factores, aún discutidos por la doctrina, lo cierto es que el crecimiento de la desigualdad en la renta y la riqueza parece imparable.

Yo no sólo es que la literatura tildada de “radical” ponga el acento en este asunto y sus negativas consecuencias para una sociedad líquida, sumida en la incertidumbre y asustada ante el acelerado cambio tecnológico[3], sino que instituciones internacionales tan “ortodoxas” como son la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE,[4] y el Fondo Monetario International, FMI[5], han demostrado el fuerte aumento de la desigualdad en las dos últimas décadas en el mundo y, lo que es peor, que esta tendencia se ha acelerado con la COVID-19.

Y España no se salva de esa tendencia. En España, el 10% más rico acumula en torno al 50-60% de la riqueza, mientras que el 50% más pobre concentra el 5-10%(OCDE, 2018), datos que deben haber empeorado con la pandemia.

Lo malo no es que esté creciendo, además, la desigualdad clásica, medida en términos de renta y riqueza, sino que lo hacen también otras desigualdades: la digital, de acceso al mercado financiero, el adanismo, etc.

Por ello, un reto de nuestro Mundo es aplicar a una situación que, socialmente, no se desea y que puede provocar efectos muy negativos en la estabilidad política y económica un elenco de herramientas apropiadas. No es fácil, ni sencillo encontrar tal solución, tanto porque las causas de estas desigualdades transversales son complejas y variadas,  como por la ausencia de unanimidad a la hora de explicar los orígenes ni a la hora de aplicar remedios.

Pero es indudable que el sistema tributario tiene que actuar en este terreno. Por el contrario, los tributos que, tradicionalmente, se aplicaban para luchar contra la desigualdad clásica: los impuestos sobre la renta y la riqueza han sido demonizados y capitidisminuidos a la hora de ejercer su labor tradicional durante muchos años, reduciendo su capacidad redistributiva y de lucha por la progresividad, principio éste que (para asombro de muchos y tirria de no pocos) sigue existiendo en el frontispicio de nuestros principios tributarios: el artículo 31.1 de la Constitución Española[6].

Es más, la reducción del papel de estas exacciones, su menosprecio intencionado y publicitado en campañas con abundantes medios detrás[7] (financiadas, lógicamente, por los grupos que más podrían verse afectados por tales gravámenes) es una de las causas de esta desigualdad creciente.

Por ello, cabe reivindicar que, en España, a pesar de los intentos más que desesperados y bien organizados de acabar con él, sigamos disponiendo de un Impuesto sobre el Patrimonio. Ciertamente, en estado agónico, apenas una sombra de lo que pretendió ser en la Reforma Tributaria de 1977/8, donde ya se demostró la antipatía de los grupos dominantes frente a cualquier exacción que recayera directamente sobre la riqueza, como demuestra el hecho de que tuviera que rubricarse como Impuesto “Extraordinario”.

Un sombra, decimos, pues la magníficas Estadísticas Tributarias que, periódicamente, publica el Portal de la Agencia Tributaria, así nos lo demuestran[8]; de esta forma, resulta que, en la declaración 2019 (autoliquidada en el ejercicio 2020), último para el cual se dispone de información, apenas se presentaron 212.284 autoliquidaciones que supusieron 1.219 millones de euros de cuota.

¿Qué hay detrás de esta escasa capacidad recaudatoria, la cual restringe, y mucho, la potencia del Impuesto sobre el Patrimonio para luchar contra la desigualdad?.

Dado el desconocimiento técnico de nuestra clase política y sus intereses coyunturales, la culpa (en los últimos años) suele centrarse en que la Comunidad Autónoma de Madrid, en ejercicio de sus facultades, haya decidió bonificar el 100% la cuota tributaria del impuesto, lo cual supone directamente que, en torno al 58% de sus potenciales declarantes, no lo hagan.

Pero, a nuestro humilde entender, uno de los problemas fundamentales, estructurales, del tributo, son los denominados “beneficios fiscales para la empresa familiar”. Baste con señalar que, de eliminarse tal beneficio fiscal, la recaudación del impuesto aumentaría entre los 4.414 millones y 4.743 millones de euros.

Y algunos pensarán para su caletre: ¨Ya están los de Hacienda, pensando solo en recaudar, acabando con las pequeñas empresas y los negocios familiares..”; y, en el segundo inciso, está el craso error: el beneficio de la pretendida “empresa familiar” a los que, de verdad, beneficia es a los grandes patrimonios familiares, a ese 1% que concentra la riqueza del país; es más, ese grupo, ese lobby de presión (uno de los más exitosos y que tiene un nombre: el Instituto de la Empresa Familiar[9]), ha conseguido hacernos creer que ese beneficio fiscal se dirige a proteger al pequeño empresario y, nada más lejos de la realidad[10].

Las ya lejanas estimaciones de Alvaredo y Sáez (2009) sobre impacto de la introducción de la exención de la empresa familiar implementada en 1994 revelan que supuso una reorganización de la propiedad y las actividades del 0,01% más rico que, en 1994, el 15% de la cartera de acciones de este colectivo cumplían los requisitos para estar exentas, mientras que, en 2002, el porcentaje ascendía al 77%.

Por lo tanto, no nos confundamos: el problema no es Madrid, la verdadera causa de la incapacidad del Impuesto sobre el Patrimonio para utilizarlo como arma en la lucha por la redistribución de la renta y la riqueza es el injustificado beneficio a las grandes familias de esta tierra.

 

[1] Piketty, Thomas. El capital en el siglo XXI, Ed. Fondo de Cultura Económica, obras de Economía, México D.F. 2015.

2 Zucman, Gabriel. The Hidden Wealth of Nations. The Scourge of Tax Havens, University of Chicago Press, September 2015

[3] Que nuevas tecnologías como la robotización y la inteligencia artificial no harán sino multiplicar exponencialmente

4  La OCDE ha dedicado en los últimos años un creciente interés y un número abundante de estudios a los problemas de la desigualdad. Ver https://www.oecd.org/els/soc/inequality-publications.htm

5IMF on Income Inequality, https://www.imf.org/en/Topics/Inequality

[6] …un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad….

[7] Todos recordamos afirmaciones demagógicas, pero muy efectivas, por ejemplo, la identificación del Impuesto sobre Sucesiones como el “impuesto a la muerte”.

[8] Para las estadísticas del Impuesto sobre el Patrimonio, nos remitimos a: https://sede.agenciatributaria.gob.es/Sede/datosabiertos/catalogo/hacienda/Estadistica_de_los_declarantes_del_Impuesto_sobre_el_Patrimonio.shtml

[9] https://www.iefamiliar.com/quienes-somos/

[10] Para más información y datos, nos remitimos al excelente aporte de: Gómez de Antonio. Miguel. Los impuestos de solidaridad universal y lucha contra la desigualdad: la imposición dinámica sobre el capital. Los gravámenes a la riqueza y los beneficios extraordinarios, Instituto de Estudios Fiscales, mimeo, diciembre de 2021.

Domingo Carbajo Vasco, Inspector de Hacienda del Estado
No sólo impuestos

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