Guy Standing: “Estar en un trabajo rindiendo cuentas a un jefe ¿es libertad?”

Entrevista a Guy Standing, economista y analista social, cofundador de la Red Mundial de la Renta Básica y profesor en la Universidad de Londres

Le pasa a mucha a gente: lees a Guy Standing, le escuchas en una charla, y parece que te conoce de toda la vida. Al menos conoce tu vida, la del precariado, la de la falta de control del tiempo, la de correr sobre arenas movedizas, siempre esforzándose, siempre hundiéndose. El economista y analista social, cofundador de la Red Mundial de la Renta Básica (Basic Income Earth Network-BIEN) y profesor en la Universidad de Londres, estuvo en Asturies invitado por el Institutu Asturies 2030.

“Yo no trabajo”, nos confesó durante la entrevista, sonriendo y haciéndonos un hueco en su apretada agenda. Habla entusiasmado de cambiarlo todo: la manera en que nos situamos y nos sitúan en el mundo, de acabar con la concepción actual del trabajo, de su optimismo y de su confianza en las nuevas generaciones, las que salen de la universidad y no ven un futuro, las que tienen el reto de cambiar las estructuras, de luchar contra el capitalismo rentista.

Habla de la necesidad de repensar lo que es trabajo reproductivo (work) y trabajo productivo (labour). Desde el feminismo también se ha llamado la atención sobre la necesidad de repensar el concepto trabajo y que se tenga en cuenta todo lo que supone el trabajo reproductivo, pero no acaba de conseguirse que la sociedad, las empresas, los gobiernos, asuman esta realidad. ¿Refleja esta dificultad para repensar el mundo del trabajo el vínculo entre patriarcado y capitalismo?
No exactamente. Lo que yo trato de transmitir con esta distinción es que en cada época ha habido estupidez en cuanto a lo que es trabajo y lo que no es trabajo. En la antigua Grecia, pese a su sistema sexista y esclavista, sí hicieron una buena distinción: trabajo (work) era la actividad reproductiva que hacías en tu casa, con tu familia, tus amigos y tu comunidad, mientras que labour era que lo que hacían los esclavos, los banausoi (artesanos) y los metecos (extranjeros). También era estúpido, pero era diferente a cómo se contempla actualmente. Solo que en el último siglo todo el trabajo (work) que no era labour fue considerado como “no trabajo”.

De acuerdo a las estadísticas de empleo y desempleo, si yo contrato a una mujer para realizar las tareas de la casa, la renta nacional sube, el empleo sube y la economía crece. Y la clase política está muy feliz porque todos los índices suben. Pero si me caso con esa mujer, la renta nacional baja, el empleo baja, la economía decrece y la clase política se preocupa porque el desempleo aumenta. Esto es una locura. Y la verdad es que cada feminista, cada persona en la izquierda, deberíamos estar diciendo que sus estadísticas son falsas, porque están midiendo el crecimiento económico en mercancías producidas por el sistema económico. Estamos distorsionando la realidad. Y la ironía es que los socialistas, la izquierda, la socialdemocracia, el comunismo… todos quieren tener a todo el mundo en un empleo. Según esa modalidad, quieren que todo el mundo esté en un trabajo rindiendo cuentas a un jefe. ¿Es esto libertad? No lo creo. ¿Es necesario? Tampoco lo creo.

No es que yo tenga algo en contra del trabajo si éste es útil, no hace falta ser antitrabajo, pero para mí es un fetiche, todo gira en torno al empleo. Sin embargo, la mayoría de las actividades que hacemos, incluyendo el cuidado de la infancia, de las personas mayores, de nuestra comunidad más cercana, aprendiendo, participando en la vida de la ciudad… todo eso es trabajo. Por el contrario, en el mundo del empleo se vive en la alienación. Por eso tenemos que insistir en que esto no es así y cambiar las estadísticas.

Todo esto sin contar el trabajo que hay que hacer para conseguir trabajo, como apunta en sus análisis del precariado.
El precariado tiene que hacer un montón de trabajo para trabajar: tienes que echar miles de currículums, rellenar miles de formularios, hacer tests online… Todo ello sin ningún coste para el empresario, mientras el precariado está empleando su tiempo y paga un coste psicológico.
El precariado tiene que invertir también mucho trabajo en mantener sus redes sociales y laborales, hacer contactos por si acaso surgen oportunidades de trabajo, sonreír, mandar correos, estar en formación permanente… Todo eso es trabajo. Y si las estadísticas no lo muestran, están distorsionando la realidad. Si, por ejemplo, tienes bajos ingresos y necesitas una ayuda, tienes que ir a oficinas, esperar largas colas, rellenar más formularios, tienes que sonreír y aparentar que eres una buena persona… y si te equivocas una vez, tienes que empezar otra vez. Pero las estadísticas o la política no entienden qué es estar en el precariado. Si estás en el precariado, no tienes control sobre tu tiempo y, hasta que no tengamos una clase política que entienda realmente al precariado, no van a articular políticas que permitan a la gente tener algún control de su tiempo.

Mantiene también una posición muy crítica con los sindicatos y los partidos socialdemócratas.
Estas organizaciones, que deberían estar en la izquierda, no están reaccionando, quieren volver al pasado. No entienden que en el precariado no son únicamente víctimas. Es cierto que sufren mucha inseguridad, que tienen dificultad para controlar su tiempo, bajos ingresos, deudas…

Pero al mismo tiempo, el sector con más estudios del precariado está buscando una nueva forma de volver a traer los valores de la Ilustración. ¿Igualdad? Sí, creemos en la igualdad, pero ¿igualdad de qué? Encuentras en el precariado la parte progresista, quien busca una vida en la que se pueda combinar ser un jardinero, un político, un activista, con permitirse desarrollarse a sí mismo en sus comunidades.

La comunidad te da tu identidad y tu libertad y esto nos lleva a Hanna Arendt, que para mí es una pensadora muy relevante en el siglo XX. Ella entendió que la libertad es la capacidad de actuar en común y es una libertad donde preservas tu individualidad, pero en un contexto de solidaridad social. Si no tienes eso, no tienes libertad. En una sociedad de mercado se va a un individualismo atomizado y la vieja estrategia socialista habla de un colectivismo paternalista. Es un Estado paternalista en el que no se permite la individualidad, lo que se critica como burgués. Por eso necesitamos políticas progresistas desde la izquierda en las que se avance a Estados en los que la igualdad y la libertad estén al mismo nivel.

El FMI mira con buenos ojos la renta básica. ¿Es una buena noticia o una señal de aviso ante los “usos torticeros” de la renta básica de los que alertó en alguna ocasión?
El año pasado me invitaron a hablar en el Club Bilderberg, una organización internacional de derechas en la que se reúnen las personas más poderosas del mundo, y pensé que era un chiste. Después me llamaron a casa y me preguntaron que por qué no había respondido a la invitación y les contesté que pensaba que era una broma de mis amigos, pero me dijeron que no, que iba muy en serio y que querían que fuera. Les pregunté a varios de mis amigos y todos y cada uno de ellos me dijeron que sí, que debía ir y hablarles del precariado. Así que fui y en la primera fila, a pocos metros, tenía a Henry Kissinger y al lado estaba Christine Lagarde, la directora gerente del FMI. Allí estaban, tomando notas. Al final, durante la comida, Lagarde vino a comentarme lo interesante que era toda la cuestión del precariado y que debían ponerse a pensar seriamente sobre la renta básica.

Más tarde, me invitaron al Foro Económico Mundial, y allí había dos ponentes: Christine Lagarde y yo. Al finalizar, le expresé a Lagarde mis condolencias por tener que escucharme dos veces y me contestó que, al contrario, que tras lo que había escuchado, apoyaba la renta básica. Y, efectivamente, el FMI acaba de emitir un comunicado de apoyo a la renta básica. No soy ingenuo, no pienso que el FMI de repente va a ser un agente revolucionario, pero es una de las grandes cosas que ha sucedido en los últimos dos años. Como escribía en 2011 “a menos que se intente poner remedio con carácter urgente a las inseguridades y desigualdades a las que se enfrenta el precariado, surgirá un monstruo político”, y el año pasado muchos lectores me escribieron diciéndome que “tu monstruo político ha llegado y es Donald Trump”.

Lo que ha pasado es que mucha de esta gente, incluyendo el FMI, quieren una sociedad de mercado, que las grandes corporaciones sigan haciendo beneficios, pero ahora están asustados por la posibilidad de que el fascismo vuelva a ser una realidad. Este fascismo podría llegar de Francia, del Brexit,está llegando con Trump, ya que día a día se supera y es peor de lo que pudiéramos imaginar. El peligro es que si creas una sociedad donde millones y millones de personas están enfrentándose a la inseguridad y miran a esta plutocracia que gana billones y billones, no es sorprendente que apoye a Trump. La parte más estudiada del precariado no está haciendo eso, pero la otra parte, la que se da cuenta de que fue más fácil para sus padres, que creen que pueden conseguir más seguridad y más respeto, miran atrás y apoyan a Trump o apoyaron el Brexit.

¿Tiene entonces la izquierda algo en común con el FMI?
El FMI se ha dado cuenta de que la desigualdad es demasiado grande, que hace el sistema económico insostenible, y entiende que a medida que el precariado crece y los problemas de deuda crecen, deudas estudiantiles, deuda privada, deudas por la casa… vamos a una nueva crisis. Se han dado cuenta de que la grotesca desigualdad frena el crecimiento económico. No voy a esperar que el FMI se vuelva una institución ecologista que quiere una sociedad diferente e igualitaria. No podemos esperar eso, es el FMI, pero el hecho es que ahora son un aliado en este punto. Eric Schmidt, uno de los directivos de Google, o Mark Zuckerberg, de Facebook, vinieron en aquella reunión a decirme que estaban a favor de la renta básica.

¿Hay una solución contra los “monstruos políticos” que surgen de la situación actual?
Soy optimista en el largo plazo. La parte del precariado que mira atrás ha llegado a su límite, mientras que el precariado que ha estudiado más, que sale de la universidad y ve que no tiene un futuro, está creciendo día a día. Simbólicamente se puede ver un cambio en la balanza. Estamos en un punto de inflexión, en un momento decisivo. Es cierto que el precariado no existe como un grupo, pero la historia va muy rápido en los últimos años y va cambiando su percepción. En vez de ver fracaso cuando se miran en el espejo, ven cómo toda su generación es parte del precariado. “¿Por qué debería avergonzarme?, podría estar enfadado”, se dicen. Surge un sentido de la identidad y, si tienes un sentido de la identidad, empiezas a tomar conciencia de tu protagonismo, de que puedes hacer algo. Se está extendiendo esa visión progresista y por eso la renta básica es una obviedad para parte de ese precariado. Hace diez años cuando hablaba de la renta básica me miraban con escepticismo, y ahora no es que digan que es imposible, es que dicen que deberíamos implantarla ya.

La pregunta recurrente respecto a la renta básica es su financiación, pero se suele dejar de lado su impacto psicológico. ¿Qué efectos podría tener en la vida de la gente?
Los efectos psicológicos los pudimos comprobar en un proyecto piloto en India. Tras dos años con la renta básica, les preguntamos qué había hecho la renta básica por ellos y ellas. Una respuesta en la que coincidieron fue que les había dado el sentimiento de tener control sobre su vida. Había una mujer en aquel proyecto piloto que había perdido las piernas y era muy pobre, no podía permitirse tener un sari. A partir de que entró en el proyecto de renta básica pudo comprar una máquina de coser, se convirtió en la modista del pueblo y, por fin, pudo tener su sari. La renta básica es dar dignidad a las personas. Lo peor para el precariado es que pierde derechos y te conviertes en un pedigüeño, todo el día tienes que pedir favores a la burocracia, a la familia, pedir trabajo… Alguien me escribió que estar en el precariado es como intentar correr en arenas movedizas, te hundes  constantemente y, por mucho que corras, sigues hundiéndote. Eso es psicológicamente destructor.

Beatriz Viado

El Salto

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