Jevons y otras paradojas para entender la crisis ecológica

Nuestros modelos económicos, sociales y tecnológicos se han regido durante los últimos siglos por la búsqueda incansable del crecimiento.

Nuestros modelos económicos, sociales y tecnológicos se han regido durante los últimos siglos por la búsqueda incansable del crecimiento, basándose en la creencia de que, cuanto más avancemos en ciertos aspectos –especialmente en materia verde–, mayor será la calidad de vida de un mayor número de gente. Sin embargo, en ocasiones hemos sido testigos de cómo la conjugación de estos modelos con medidas que tratan de mitigar la crisis ecológica buscando la reducción en el uso de determinados recursos no son suficientes, o incluso han resultado incompatibles en el largo plazo. Estas son las paradojas ecológicas, contradicciones que nos hacen replantearnos la lógica con la que nuestras actividades afectan al entorno.

La más famosa dentro del campo de la economía ecológica es la llamada ‘paradoja de Jevons’. Planteada en 1865 por el economista William Stanley Jevons, expone que a mayor eficiencia en el uso de un recurso, más crecerá su demanda. La teoría fue inicialmente diseñada para estudiar la economía del carbón en el siglo XIX una vez introducida la turbina de vapor de Watt, que prometía un uso mucho más eficiente del carbón. Fue entonces cuando Jevons observó que, con esta nueva tecnología, los costes de producción disminuían, animando a un mayor número de industrias a recurrir a ella, e incrementándose así la demanda de este recurso.

Aunque han pasado más de 150 años, el modelo de Jevons se ha aplicado a muchos otros recursos a lo largo del tiempo, como el agua potable o los combustibles utilizados en los coches diseñados para ser más limpios y eficientes. En este último caso, se ha observado cómo una mayor eficiencia de los combustibles provoca que los usuarios viajen más kilómetros, generando un efecto rebote en la demanda de este tipo de recursos. Este efecto rebote es la clave: a mayor eficiencia en el empleo de un recurso, disminuyen los costes que conlleva su uso, y esto implica un aumento en la cantidad demandada de dicho recurso. ¿Cómo podemos saber si Jevons ha hecho acto de presencia? La diferencia entre este aumento final respecto a la demanda inicial es la prueba de algodón que nos indicará si realmente estamos ante una reducción real… o frente a un espejismo.

De la misma forma, encontramos otra paradoja que hace referencia a nuestro afán por reducir el uso de papel: ‘La oficina sin papel’ (‘The paperful office paradox’, ya que proviene del ámbito anglosajón). Con la digitalización de nuestros espacios de trabajo, el sentido común nos ha llevado a asumir en las últimas décadas que gracias a los ordenadores, la gestión documental, las apps de mensajería instantánea y el email, la reducción del uso de papel desembocaría en una menor presión sobre los bosques. Nada más lejos de la realidad, porque la demanda de papel a nivel mundial no empezó a mostrar tendencias a la baja hasta 2006, con algunos de los últimos años todavía mostrando un aumento en la demanda y producción. Al igual que ocurría con Jevons, en este caso, la sustitución del uso de un recurso natural por otras alternativas con un menor impacto medioambiental no garantiza una disminución en su uso.

En el ámbito de la localización de los recursos naturales, si llevamos el foco a ese punto de encuentro de la economía, la política y la ecología, descubriremos cómo una mayor posesión de estos no implica directamente una mayor riqueza del país que los alberga. Conocida como ‘La maldición de los recursos’, esta nueva confrontación con el sentido común consiste en que las zonas más ricas en minerales y combustibles se desarrollan menos económicamente que los lugares donde estos no abundan. Uno de los casos más llamativos es el de Cabo Delgado, una de las provincias más pobres de Mozambique, donde se descubrió en 2010 un yacimiento de más de 3 billones de metros cúbicos de gas natural, toda una mina de oro en el mercado exportador. Sin embargo, la fragilidad institucional, los intereses particulares y la mala gestión política evita que el beneficio llegue a la población y mantiene a este país entre uno de los más pobres del mundo. Mientras tanto, gobiernos, empresas y otros agentes abogan continuamente por desarrollar tecnologías capaces de hacer un uso más eficiente de los recursos naturales –lo que nos permitiría reducir el impacto humano sobre los ecosistemas terrestres– pero, a pesar de todas las medidas, nuestra demanda de recursos sobre el planeta sigue creciendo.

En la carrera hacia 2030, paradojas ecológicas como la de Jevons siguen siendo aún sujeto de debate y presentan particularidades para cada caso de estudio, pero también son precursoras de un nuevo enfoque en el que las relaciones entre tecnología, uso de recursos y políticas medioambientales representan una mayor complejidad que la esperada. Esto no hace más que evidenciar la necesidad de invertir en un mayor conocimiento y estudio a la hora de aplicar medidas que fomenten el desarrollo tecnológico como única vía posible para la reducir el uso de los recursos naturales –y, en consecuencia, el impacto humano sobre el planeta– ya que, aunque es parte de la respuesta que estamos buscando, siempre deben ir acompañadas de otro tipo de medidas que garanticen su efectividad.

Los ejemplos, no obstante, no deben ser tomados como argumentos en contra de las medidas adoptadas por gobiernos y empresas para conservar el entorno en concordancia con las recomendaciones internacionales, sino como la llave hacia un escenario desde el que replantear los modelos de consumo, buscando la eficiencia más allá de lo tecnológico, en los lazos entre todos los ámbitos y agentes implicados en resolver el reto ecológico.

Santiago Alfonso
ethic

 

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