El dinero como patria

“Se trata de normalizar que los que tienen más paguen menos y que los asalariados carguen con el peso de la crisis»

Josep Ramoneda – 24 DESEMBRE 12

El presidente Hollande anuncia una subida de impuestos a las rentas más altas, es decir, a los más ricos. Y algunos distinguidos franceses hacen saber que se van con sus dineros a otra parte. Entre ellos, Gerard Depardieu, uno de los más populares actores franceses. No es nada nuevo: la lista de artistas y deportistas con domicilio en paraísos fiscales es inacabable. Estrellas del deporte, con domicilio en Montecarlo o en Ginebra, por ejemplo, corren a adornarse con la bandera cuando consiguen un triunfo y juran por la patria con el orgullo pastoso propio de todo nacionalista. La gente aplaude: poco importa que hayan negado, al país que tanto quieren, la parte de sus dineros que la redistribución fiscal exige. Movimientos de dinero, como los que ahora se vislumbran —y se magnifican— en Francia, los hubo también en los años 80, cuando François Mitterrand llegó a la presidencia de la República. Con una diferencia sensible: los que ahora cambian de país porque su única patria es el dinero, alardean de ello. Los que lo hicieron entonces fueron más discretos. En aquellos tiempos, este tipo de conductas eran objeto de reproche social y moral, después vinieron los años de la apoteosis del dinero y la riqueza y, como escribe el economista Daniel Cohen, “el hombre moral abandona la sala, cuando elhomo economicusentra”. Pero ya entonces, ganó el dinero: Mitterrand cambió de política.

En su acelerado viaje del PP a Esquerra, CiU se ha visto obligada a aceptar una serie de subidas de impuestos para la aprobación del presupuesto de 2013. Depardieu se ha incorporado al debate político y social catalán. Desde las organizaciones empresariales, su nombre ha sonado como advertencia: si sube la presión fiscal tendremos el efecto Depardieu. Lo hacen con toda impunidad. Sabedoras probablemente de la confusión que hay en esta materia en una opinión pública que se mueve entre dos sentimientos: la injusticia de que todo el peso de la crisis caiga sobre las clases medias y los asalariados, y la presunción íntima de que si tuvieran dinero quizás ellos también se irían a otra parte. Son muchos años de oír machaconamente que el dinero es lo único que importa. Es la tiranía neoliberal, como la llama Tzvetan Todorov, que “se caracteriza por una concepción de la economía como actividad completamente separada de la vida social, que debe escapar al control político”. El chantaje ha sido pronunciado: si suben los impuestos nos vamos a otra parte. En la medida en que la sociedad no reacciona, en que impera la comprensión y la resignación, el poder empresarial no se siente intimidado y utiliza la circunstancia para dar naturalidad al efecto Depardieu. Se trata de normalizar que los que tienen más paguen menos y que los asalariados carguen con el peso de la crisis. La vida colectiva reducida a la relación de fuerzas económica: la patria es el dinero. Cuando el gobierno del PP —un gobierno que está estrangulando económicamente la investigación en España— se vanagloria de que el país está ganando competitividad, simplemente nos está diciendo que la gente acepta trabajos por mucho menos dinero y en muy peores condiciones. Esta es la idea del éxito propia de los tiempos que corren.

 

Siendo grave la impunidad con que se consagra como modelo de virtud el caso Depardieu, me parece tanto o más preocupante el discurso académico que justifica el chantaje fiscal por la realidad del mundo globalizado. El mundo del siglo XXI es así, dicen. El dinero se mueve y el que no le da facilidades lo pierde. No se pueden subir determinados impuestos porque provocan efectos desbandada. Es la consagración pseudocientífica del patriotismo del dinero. No hay nada hacer. La realidad es la que es. Sólo que, por ejemplo, si Europa que, tanto habla de unión fiscal, tuviera como una prioridad la homogeneización de las políticas impositivas, por lo menos en el ámbito europeo, sería imposible la competencia fiscal entre estados, y a Depardieu no le bastaría con irse a un kilómetro de Francia. Pero algo tan elemental no está en el orden del día, como tampoco lo está una política conjunta contra el fraude.

Como escribe Quim Brugué en És la política, idiotes!, el dominio intelectual de las escuelas de la elección racional ha instalado la creencia de “la superioridad del mercado sobre el Estado, (…) de la economía sobre la política”. Y ante ella todo es posible. Incluso que los patriotas del dinero pasen como héroes nacionales. Todo por la ganancia. Sálvese quien pueda, la sociedad y el bien común no existen.

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